Vida y muerte, Gustav Klimt
Si todos fuéramos repentinamente alguien distinto.
En la lejanía un burro rebuznó. Lluvia. No hay ningún asno. Nunca se ve uno muerto, dicen. Avergonzados de morir. Se ocultan. También el pobre papá se fue.
Un dulce viento suave sopló por entre las cabezas descubiertas como un susurro. Susurro. El chico a la cabecera de la sepultura sostenía la corona con las dos manos, la mirada silenciosamente clavada en el negro espacio abierto. Mr. Bloom se colocó detrás del robusto y amable gerente. Levita de buen corte. Sopesándolos quizá para ver quién será el próximo. Bueno, es un largo descanso. No sentir más. Es el momento lo que sientes. Debe de ser jodidamente desagradable. No se lo podrá uno creer al principio. Un error debe ser: otra persona. Prueba en la casa de enfrente. Espera, yo quería. No he podido todavía. Luego la cámara mortuoria oscurecida. Luz necesitan. Cuchicheando a tu alrededor. ¿Te gustaría ver a un sacerdote? Luego fantaseando y desvariando. Delirio todo lo que ocultaste toda la vida. La lucha con la muerte. Su sueño no es natural. Presiónale el párpado inferior. Observan si tiene la nariz en punta si tiene la mandíbula caída si tiene las plantas de los pies amarillas. Quítale la almohada y dejemos que acabe de una vez en el suelo puesto que está perdido. El diablo en aquel cuadro de la muerte de un pecador mostrándole una mujer. En camisón muriéndose de ganas de abrazarla. El último acto de Lucía. ¿No podré contemplarte nunca más? ¡Bam! Expira. Se fue por fin. La gente habla de ti durante algún tiempo: te olvidan. No olvides rezar por él. Recuérdale en tus oraciones. Incluso a Parnell. El Día de la Hiedra está desapareciendo. Luego te siguen: caen en un agujero, uno tras otro.
(…)
En la lejanía un burro rebuznó. Lluvia. No hay ningún asno. Nunca se ve uno muerto, dicen. Avergonzados de morir. Se ocultan. También el pobre papá se fue.
Un dulce viento suave sopló por entre las cabezas descubiertas como un susurro. Susurro. El chico a la cabecera de la sepultura sostenía la corona con las dos manos, la mirada silenciosamente clavada en el negro espacio abierto. Mr. Bloom se colocó detrás del robusto y amable gerente. Levita de buen corte. Sopesándolos quizá para ver quién será el próximo. Bueno, es un largo descanso. No sentir más. Es el momento lo que sientes. Debe de ser jodidamente desagradable. No se lo podrá uno creer al principio. Un error debe ser: otra persona. Prueba en la casa de enfrente. Espera, yo quería. No he podido todavía. Luego la cámara mortuoria oscurecida. Luz necesitan. Cuchicheando a tu alrededor. ¿Te gustaría ver a un sacerdote? Luego fantaseando y desvariando. Delirio todo lo que ocultaste toda la vida. La lucha con la muerte. Su sueño no es natural. Presiónale el párpado inferior. Observan si tiene la nariz en punta si tiene la mandíbula caída si tiene las plantas de los pies amarillas. Quítale la almohada y dejemos que acabe de una vez en el suelo puesto que está perdido. El diablo en aquel cuadro de la muerte de un pecador mostrándole una mujer. En camisón muriéndose de ganas de abrazarla. El último acto de Lucía. ¿No podré contemplarte nunca más? ¡Bam! Expira. Se fue por fin. La gente habla de ti durante algún tiempo: te olvidan. No olvides rezar por él. Recuérdale en tus oraciones. Incluso a Parnell. El Día de la Hiedra está desapareciendo. Luego te siguen: caen en un agujero, uno tras otro.
(…)
La tierra caía más suavemente. Empiezas a ser olvidado.
James Joyce, Ulises, Cátedra, Madrid, 2004, pp. 126-127.
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