[La tierra caía], James Joyce

viernes, 6 de septiembre de 2013
Vida y muerte, Gustav Klimt


   Si todos fuéramos repentinamente alguien distinto.
   En la lejanía un burro rebuznó. Lluvia. No hay ningún asno. Nunca se ve uno muerto, dicen. Avergonzados de mo­rir. Se ocultan. También el pobre papá se fue.
   Un dulce viento suave sopló por entre las cabezas descu­biertas como un susurro. Susurro. El chico a la cabecera de la sepultura sostenía la corona con las dos manos, la mirada si­lenciosamente clavada en el negro espacio abierto. Mr. Bloom se colocó detrás del robusto y amable gerente. Levita de buen corte. Sopesándolos quizá para ver quién será el próxi­mo. Bueno, es un largo descanso. No sentir más. Es el mo­mento lo que sientes. Debe de ser jodidamente desagradable. No se lo podrá uno creer al principio. Un error debe ser: otra persona. Prueba en la casa de enfrente. Espera, yo quería. No he podido todavía. Luego la cámara mortuoria oscurecida. Luz necesitan. Cuchicheando a tu alrededor. ¿Te gustaría ver a un sacerdote? Luego fantaseando y desvariando. Delirio todo lo que ocultaste toda la vida. La lucha con la muerte. Su sueño no es natural. Presiónale el párpado inferior. Obser­van si tiene la nariz en punta si tiene la mandíbula caída si tiene las plantas de los pies amarillas. Quítale la almohada y dejemos que acabe de una vez en el suelo puesto que está perdido. El diablo en aquel cuadro de la muerte de un peca­dor mostrándole una mujer. En camisón muriéndose de ga­nas de abrazarla. El último acto de Lucía. ¿No podré contem­plarte nunca más? ¡Bam! Expira. Se fue por fin. La gente habla de ti durante algún tiempo: te olvidan. No olvides rezar por él. Recuérdale en tus oraciones. Incluso a Parnell. El Día de la Hiedra está desapareciendo. Luego te siguen: caen en un agujero, uno tras otro.
   (…) 
   La tierra caía más suavemente. Empiezas a ser olvidado.


James Joyce, Ulises, Cátedra, Madrid, 2004, pp. 126-127.

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