Lluvia contra mi ventana, Scott Bergey
A Andrea Alfaya, por su granizo.
LLOVIZNA
Llovía y las gotas golpeaban con ritmo silente el cristal de la ventana. Aquí siempre llueve, siempre igual. Mientras esperaba a Julia, sentado en la cocina, pensé en que quizás fuera esta lluvia –que dura de octubre a octubre– la que hizo florecer nuestra amargura. La esperaba porque debíamos hablar; necesitaba decirle que no podía más, que lo mejor –para los dos– sería separarnos y que esta vez no habría una nueva oportunidad. Sé que el final llegó mucho antes de que me atreviera a confesárselo, antes de darme cuenta de que aquí las nubes nos acarician los hombros. Durante demasiado tiempo le eché la culpa a la grisura que nos envuelve, al ruido del frío que nos rodea, porque me costaba aceptar que fuésemos ella y yo los únicos responsables de nuestros orgasmos tórpidos, de nuestras calmas con púas, de nuestros silencios desportillados, de nuestras caricias inanes. Pero ya no podía recordar por qué seguía a su lado. Demasiados años sintiendo, siempre, que algo me faltaba. Confesándoselo y notando que ella lo oía como quién oye llover. Había decidido marcharme esa noche. Prefería estar solo a soportar la tristeza que me calaba a su lado, pero temí que la verdad se me atragantara como granizo en la garganta. No quise herirla y le mentí. «Estoy enamorado de otra», le dije.
Llovía y las gotas golpeaban con ritmo silente el cristal de la ventana. Aquí siempre llueve, siempre igual. Mientras esperaba a Julia, sentado en la cocina, pensé en que quizás fuera esta lluvia –que dura de octubre a octubre– la que hizo florecer nuestra amargura. La esperaba porque debíamos hablar; necesitaba decirle que no podía más, que lo mejor –para los dos– sería separarnos y que esta vez no habría una nueva oportunidad. Sé que el final llegó mucho antes de que me atreviera a confesárselo, antes de darme cuenta de que aquí las nubes nos acarician los hombros. Durante demasiado tiempo le eché la culpa a la grisura que nos envuelve, al ruido del frío que nos rodea, porque me costaba aceptar que fuésemos ella y yo los únicos responsables de nuestros orgasmos tórpidos, de nuestras calmas con púas, de nuestros silencios desportillados, de nuestras caricias inanes. Pero ya no podía recordar por qué seguía a su lado. Demasiados años sintiendo, siempre, que algo me faltaba. Confesándoselo y notando que ella lo oía como quién oye llover. Había decidido marcharme esa noche. Prefería estar solo a soportar la tristeza que me calaba a su lado, pero temí que la verdad se me atragantara como granizo en la garganta. No quise herirla y le mentí. «Estoy enamorado de otra», le dije.
Pedro Sánchez Negreira, Verde contra el hielo, Zaera Silvar, A Coruña, 2013, p. 98.
5 comentarios:
¡Qué maravilla de relato! Cala hasta los huesos y penetra en el alma.
Saludos.
Ángela, el libro en su conjunto es una maravilla. De los 113 microrrelatos que tiene Verde como el hielo, no son pocos los que dejan esa sensación de dulce desamparo que a veces clavan las palabras.
Gracias por comentar. Saludos.
¡Muchas gracias por acogerme en tu rincón, Raquel! No puedes imaginar cuanto me halaga,tanto el cobijo que me das como tu opinión del libro.
No sería justo si no te confesara que me has alegrado el lunes.
Un abrazo.
Pedro, yo tampoco sería justa si no te dijera que tu libro es de lo mejor que he leído últimamente, y que pocos volúmenes de microrrelatos de autor único me habrán parecido tan buenos en su conjunto, sin textos más flojos o de relleno, con un nivel de calidad alto que se mantiene sin decaer de principio a fin. Compartir aquí una de sus muestras, hacer que llegue, tal vez, a algún que otro lector más, es lo menos que podría hacer por una obra así.
Así que el regalo es el tuyo: gracias por tan grandes horas de lectura.
Un abrazo.
Dolor en todo su esplendor. Me encanta esa descripción cuando muere el amor.
Saludos.
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