Mar Egeo, Hiroshi Sugimoto
Camino hasta el borde del acantilado, donde un árbol, tal vez sea un membrillo, desafía el vértigo constante y la soledad puntual que yo terminaré por derramarle. En esta posición, el faro también se decide a rasgarme, su letra amarilla, mi cuerpo analfabeto. El árbol y yo cada vez más iguales, aunque él es promesa de fósil y yo no prometo más que el pasado que nunca llegué a ser. Grito, pero no sé si logra oírse algún sonido, ni siquiera como lamento, como murmullo, porque ya el mismo intento se lo traga el océano, el agua incansable que siempre ha hablado mucho más fuerte que nosotros. Beber la violencia del mar. Nadar hasta la isla donde acampan nuestros sueños. Irati, tenemos que nadar, hacia la utopía que podemos decir, que podemos pensar, que podemos alcanzar aunque la piel que la alcance no sea la de la caricia sino la de la mano que se despide.
La utopía como linterna, Irati. Al menos como linterna. Al menos como este faro que me escribe y me parte. Como esa luna que dibuja el ovillo de todos los cielos que creímos plata pero que sólo palpamos como óxido. Cierro los ojos. [...]
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