Nocturno de la vías, Marta Zamarska
Te esperaré el domingo en el andén hasta que hayan llegado todos los trenes. Si no vienes, regresaré a la ventana fría de mi casa con los pies mojados y el animal que me devora desde dentro la garganta. Si vienes la primavera será posible, y la música y las hadas, y la tarde olerá a bailarinas corriendo junto al mar.
Mañana esta carta atravesará la noche en un vagón oxidado hasta donde tú estés y elijas, en nombre de los dos, las flores o las espinas. Hagas lo que hagas mi amor será el mismo y seguiré sin acertar con las palabras que debieran nombrarlo.
Recibe uno de esos besos larguísimos de, por ejemplo, 1985, que no puede ser que hayas olvidado, y que hacen que empiece a morir sólo de pensar, por un momento, que quizá ya nos dimos el último.
Mañana esta carta atravesará la noche en un vagón oxidado hasta donde tú estés y elijas, en nombre de los dos, las flores o las espinas. Hagas lo que hagas mi amor será el mismo y seguiré sin acertar con las palabras que debieran nombrarlo.
Recibe uno de esos besos larguísimos de, por ejemplo, 1985, que no puede ser que hayas olvidado, y que hacen que empiece a morir sólo de pensar, por un momento, que quizá ya nos dimos el último.
Carlos Castán, "Muchas veces, querida Laura", Museo de la soledad, Espasa, Madrid, 2000, p. 39.
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