[Vendados...], Chantal Maillard
martes, 30 de junio de 2015
Vendados pies y manos.
Cuerpo como lanzadera.
No nos han preparado para este juego.
Chantal Maillard, La herida en la lengua, Tusquets, Barcelona, 2015, p. 123.
[Und so weiter...], Henry Miller
lunes, 29 de junio de 2015
Flor de ceniza, Anselm Kiefer
¿Qué posibilidades tiene un individuo solo de disentir cuando carece de otra cosa que sus heridas para sancionar su protesta? ¿A quién le importan las heridas cuando la guerra ha acabado? ¡Apártese de nuestra vista a todos esos heridos, tullidos y mutilados! ¡Que reanuden la vida donde la habían interrumpido quienes aún conserven fuerzas y capacidad! A los muertos se les dedicarán monumentos; a los mutilados se les concederán pensiones. Manos a la obra: la vida sigue igual y nada de débiles sentimentalismos sobre los horrores de la guerra. Cuando llegue la próxima guerra, ¡estaremos listos para ellos! Und so weiter...
Henry Miller, "El excombatiente alcohólico y con cráneo en forma de tabla de lavar", El puente de Brooklyn y otros relatos, Navona, Barcelona, 2015, pp. 51-52.
[Vidas mal escritas...], Tomas Tranströmer
domingo, 28 de junio de 2015
Tronco con hojas, Ellsworth Kelly
Vidas mal escritas:
la belleza persiste
como un tatuaje.
Tomas Tranströmer
[Tierra mojada], José Ignacio Montoto
jueves, 25 de junio de 2015
Kansuke Yamamoto
La nariz como guía espiritual, olisquear como modus vivendi. Olisqueas las manos limpias de tu madre, el sexo cálido de tu pareja, la deliciosa carne de la que estamos hechos, la piel nueva y tibia de un bebé. El amor nace en la nariz, el amor que sube y baja como los niños por el tobogán. La muerte también nos olisquea con su pituitaria gris y eterna. Recuerda el olor de la ropa guardada en los armarios, de la ropa tendida, de las sábanas limpias de nuestros sueños. Es lo que queda. Luego la cáscara, el légamo y la ceniza. Alguien, no sabemos quién, derramó la esencia de los días en nuestros cuerpos. Vuelta al cuerpo, al cartílago y a la negra osamenta del futuro. Qué futuro. Huele a tierra mojada, no hay tiempo para más.
José Ignacio Montoto, Estamos todos aquí no hay nadie, Renacimiento, Sevilla, 2015, p. 72.
Cielo, Julián Cañizares Mata
miércoles, 24 de junio de 2015
Toshiaki Uchida
CIELO
Los cielovistos no son iguales a los cielonovistos.
Carecen los cielovistos de la tragedia del noempre,
y los sentados no se confunden con los postprefijos.
Los sentados clelan y clelan y temen desaparecer,
ciélicamente, y estarecen el máximo de intro.
Huyen del cielonovisto como la pradera del tren.
Es la sensación el germen de la vida generada y luz,
y esa sensación deriva de las palabras del futuro,
como si cielar fuera una repleta respuesta de ires.
Los sentados dueñan con la paz, con la brisa raízica,
con la permanencia loable de las naturas propias,
cuando se alcanza, entre los síes bellos, el total.
Julián Cañizares Mata, La lealtadmantenimiento, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, p. 40.
[La membrana frágil], Maylis de Kerangal
domingo, 21 de junio de 2015
La imagen de Sean de fondo de pantalla —sus ojos rasgados bajo los párpados indios— se ilumina en el teléfono. Marianne, me has llamado. Al punto Marianne prorrumpe en sollozos —química del dolor—, incapaz de articular palabra mientras él repite: ¿Marianne? ¿Marianne? Probablemente debe de creer que el ruido del mar al estrecharse en la dársena le impide oír, confunde la fritura en las ondas, y la baba, los mocos, las lágrimas mientras ella se muerde la mano, paralizada por el horror que le inspiraba bruscamente aquella voz tan amada, tan familiar como sólo una voz sabe serlo pero de pronto ajena, espantosamente ajena, porque surge de un espacio-tiempo en el que el accidente de Simon no se había producido; un mundo intacto situado a años luz de ese café vacío; y esa voz ahora desentonaba, desorquestaba el mundo, le desgarraba el cerebro: era la voz de la vida de antes, Marianne oye la voz de ese hombre que la llama, y llora, recorrida por la emoción que se siente a veces ante lo que, en el tiempo, ha sobrevivido indemne, y desencadena el dolor de las imposibles vueltas atrás —algún día tendrá que saber en qué sentido discurre el tiempo, si es lineal o describe las vueltas de un hula-hop, si forma círculos, se enrosca como la nervadura de una concha, si puede adoptar la forma de ese tubo que repliega la ola, aspira el mar y el universo entero en su reverso oscuro, sí, tendría que comprender de qué está hecho el tiempo que pasa—. Marianne aprieta el teléfono en la mano: miedo a hablar, miedo a destruir la voz de Sean, miedo a que él no pueda volver a oír tal como es, a que no vuelva a experimentar ese tiempo desaparecido en el que Simon no se hallaba en una situación irreversible, pero es consciente de que debe poner fin al anacronismo de esa voz para reimplantarla allí, en el presente del drama, sabe que debe hacerlo, y cuando acierta por fin a expresarse, no se muestra ni concreta ni precisa, sino incoherente, a tal extremo que perdiendo la calma, alcanzado también por el terror –algo había ocurrido, algo grave-, Sean comienza a interrogarla hastiado, ¿es por Simon?, ¿qué le pasa a Simon?, ¿qué pasa con el surf?, ¿un accidente dónde? En la textura sonora se recorta su cara, tan precisa como en la foto del fondo de pantalla. Marianne se imagina que Sean podría deducir que se ha ahogado, rectifica, los monosílabos se convierten en frases que poco a poco se organizan y cobran sentido, al poco deja caer ordenadamente cuanto sabe, cerrando los ojos y pegándose el aparato al esternón al llegarle el grito de Sean. Luego, le precisa a toda velocidad que sí, que el pronóstico vital de Simon ya se sabe, que está en coma pero está vivo, y Sean, descompuesto como ella, contesta ahora voy, estoy allí en dos minutos, ¿dónde estás?, y su voz es tránsfuga ahora, se ha unido Marianne, ha traspasado la membrana frágil que separa a los felices de los condenados: espérame.
Maylis de Kerangal, Reparar a los vivos, Anagrama, Barcelona, 2015, pp. 75-76.
[no queda más que ruido]
sábado, 20 de junio de 2015
[...]
pero hay certezas que nunca se apagan
van ardiendo sin sogas
en el cuello de un cisne que susurra el recuerdo
tan sólo ahí se terminan tus labios
como en mí irá lloviéndome esa muerte
que no duda en cuartear cualquier paraguas
no sé por qué en mis párpados surge ya una gotera
si te sigo sintiendo
amándote a través de los pasajes
que nos ha dibujado en la piel esta nube
acordes incrustados
que no pueden romperse
la melodía de ti hecha caricia
como una pluma labrada en el agua
aunque tu voz ya se esté sumergiendo
en un acorde escrito
sobre la tierna calma que me irradian tu ojos
ya no ya es irradiaban
el eco del eco último se parte
y ahora es todo de repente un ya no
te marchas te estás borrando y te marchas
la lluvia escupe trozos de violencia
no queda más que ruido
y me despierto
Lied de lluvia para una piel ausente, Alhulia, Salobreña, 2014, pp.42-25.
[Tarde. Llegar...], Chantal Maillard
viernes, 19 de junio de 2015
Tarde. Llegar
tarde.
Cuando han entornado los párpados.
No saber interpretar el eco.
Ángel aún sin hacer.
Chantal Maillard, La herida en la lengua, Tusquets, Barcelona, 2015, p. 41.
Definición de amor, Iván Teruel
jueves, 18 de junio de 2015
Zdzislaw Beksinski
DEFINICIÓN DE AMOR
A Anna Margarits
Hace ya días que el pelo se le cae como deshaciéndose. Así que al final se ha decidido. Cuando llega él, ella lo está esperando frente al espejo, con su nueva peluca. ¿Te gusta? Él responde con una sonrisa tierna y un acercamiento. Le quita la peluca con delicadeza, coge espuma de afeitar del armario y la extiende por la cabeza de ella. Alcanza una cuchilla de un cajón y con un amor infinito recorre la piel redonda del cráneo. Al acabar, besa su calva y le dice: «Recuerda, vida, que un día prometimos no tener miedo a los espejos».
Iván Teruel, El oscuro relieve del tiempo, Edicions Cal·lígraf, Figueres, 2014, p. 35.
[Quien afirma...], Jorge Riechmann
miércoles, 17 de junio de 2015
¡Qué manía de llamar utópico a lo que no permiten!
El Roto
Quien afirma que no hay alternativas
es el mismo
que tiene poder para destruirlas.
Quien afirma que alguien es basura
es el mismo que lo arroja al muladar.
Jorge Riechmann, Entreser (poesía reunida 1993-2007), Monte Ávila, Caracas, 2013, p.125.
Despedida del ahogado
martes, 16 de junio de 2015
Dentro del océano, Kazuaki Tanahashi
DESPEDIDA DEL AHOGADO
Qué podría decirte si vas tan adelante
en un barco que surca demasiados océanos
sin que ninguno de ellos se convierta en mi boca.
Qué podría decirte.
Si el mundo sólo es mundo con un mundo y contigo.
[El hielo apacible...], Clara Janés
lunes, 15 de junio de 2015
Huang Yongyu
El hielo apacible ignora la llamada. Se cierra el loto una vez más y cada pétalo es un párpado que apaga una palabra.
Clara Janés, Variables ocultas, Vaso Roto, Madrid, 2010, p. 48.
La red, Nazim Hikmet
domingo, 14 de junio de 2015
Lluvia cayendo sobre el mar, William Turner
LA RED
Junto a esta orilla, en el umbral del mar
como una red
la lluvia me rodea
En los días lluviosos está en el mástil la bandera blanca
Llueve y de repente
es muy fácil morir
y esperar a la muerte es igualmente fácil
Nazim Hikmet, Duro oficio el exilio, Los Libros de la Frontera, Barcelona, 1976, p. 86.
Los viejos observándose en las aguas, William Butler Yeats
sábado, 13 de junio de 2015
El río azul en la niebla de la mañana, Kent Shiraishi
LOS VIEJOS OBSERVÁNDOSE EN LAS AGUAS
Oí a los viejos, muy viejos, decir:
"Todo sufre alteración,
y, uno por uno, todos vamos cayendo.”
Tenían manos como garras, y sus rodillas
estaban retorcidas como los viejos espinos
junto a las aguas.
Oí a los viejos, muy viejos, decir:
“Todo lo que es hermoso se desliza marchándose
como las aguas.”
William Butler Yeats, Poesía reunida, Pre-Textos, Valencia, 2010. Traducción de Antonio Rivero Taravillo.
[Romper también las palabras...], Roberto Juarroz
jueves, 11 de junio de 2015
Masao Yamamoto
Romper también las palabras,
como si fueran coartadas delante del abismo
o cristales burlados
por una conspiración de la luz y la sombra.
Y hablar entonces con los fragmentos,
hablar con pedazos de palabras,
ya que de poco o nada ha servido
hablar con las palabras enteras.
Reconquistar el olvidado balbuceo
que hacía juego en el origen con las cosas
y dejar que los pedazos se peguen después solos,
como se sueldan los huesos,
como se sueldan las ruinas.
A veces lo roto precede a lo entero,
los trozos de algo son anteriores a algo.
El aprendizaje de la unidades aún más humilde e incierto
que lo que sospechamos.
La verdad es tan poco segura (para el hombre)
como su negación.
Roberto Juarroz
Suspendidas en el cielo, Isabel Moreno García
miércoles, 10 de junio de 2015
SUSPENDIDAS EN EL CIELO
Vivía en el piso de abajo y poseía una personalidad tan exuberante que muchas mañanas le pedíamos a su abuela que la dejase venir con nosotros a la playa. No había cumplido los cinco afios. También nos acompañaba durante algunos paseos. Era afectuosa y divertida. Aquella noche calurosa la noria gigantesca empezo a girar.
La niña iba sentada frente a mí embriagada de alegría, pero la maquinaria se detuvo después de dar sólo unas vueltas. Quedamos situadas en la cúspide. Tuve que controlar el miedo cuando la pequeña se puso a celebrar locamente la avería. Las estrellas brillaban en el firmamento mientras oscilaba la cabina. En balde procuraba con mi actitud pausada aplacar su agitación. Gritando, iba de su asiento al mío. Me esforcé para neutralizar la punzada terrible del vértigo. Según pasaban los minutos, sentía que se incrementaba el peligro. El vaivén era tan pronunciado que imaginé la posibilidad de una caída. Yo nunca había transmitido tanta serenidad partiendo de la angustia. Nos llegaba el aroma salado del mar y lamentaba en lo más profundo no poder disfrutar de aquella circunstancia inédita. Mi desasosiego lo único que avistaba era un riesgo oscuro. De pronto, vi en ella una expresíón de horror. Cuando los técnicos repararon la atracción y pisamos suelo firme, me dijo, más apaciguada, que no le gustaban los ángeles que había visto.
La niña iba sentada frente a mí embriagada de alegría, pero la maquinaria se detuvo después de dar sólo unas vueltas. Quedamos situadas en la cúspide. Tuve que controlar el miedo cuando la pequeña se puso a celebrar locamente la avería. Las estrellas brillaban en el firmamento mientras oscilaba la cabina. En balde procuraba con mi actitud pausada aplacar su agitación. Gritando, iba de su asiento al mío. Me esforcé para neutralizar la punzada terrible del vértigo. Según pasaban los minutos, sentía que se incrementaba el peligro. El vaivén era tan pronunciado que imaginé la posibilidad de una caída. Yo nunca había transmitido tanta serenidad partiendo de la angustia. Nos llegaba el aroma salado del mar y lamentaba en lo más profundo no poder disfrutar de aquella circunstancia inédita. Mi desasosiego lo único que avistaba era un riesgo oscuro. De pronto, vi en ella una expresíón de horror. Cuando los técnicos repararon la atracción y pisamos suelo firme, me dijo, más apaciguada, que no le gustaban los ángeles que había visto.
Isabel Moreno García, Pasos, Plaza y Valdés, Pozuelo de Alarcón, 2013, p. 77.
[Donde hay que combatir], Sara Mesa
martes, 9 de junio de 2015
Jaya Suberg
Es justo en lo privado, en lo más íntimo de cada uno de nosotros, donde hay que combatir la dejadez, la pasividad y la indolencia.
Sara Mesa, Cicatriz, Anagrama, Barcelona, 2015, p. 34.
[Para poder morirse], Diogo Mainardi
lunes, 8 de junio de 2015
La jerarquía de los ángeles, Anselm Kiefer
Llegué temprano a la UCI del hospital de Padua.
Tito estaba en una incubadora. Nada en él se movía. Había un tubo colgado de una arteña de su pie. Otro tubo, conectado a un respirador, le ensanchaba hasta lo grotesco una de las aletas de la nariz. Tenía electrodos repartidos por todo el cuerpo, conectados a una serie de aparatos. De vez en cuando, uno de esos aparatos emitía un pitido y los médicos de la UCI iban corriendo a regulado. Siempre que eso ocurría, me asaltaba el temor de que Tito se estuviera muriendo. Era desesperante. También era alentador. Sólo podía tener la seguridad de que Tito seguía vivo cuando temía que se estuviera muriendo.
Para poder morirse, Tito tenía que estar vivo.
Tito estaba en una incubadora. Nada en él se movía. Había un tubo colgado de una arteña de su pie. Otro tubo, conectado a un respirador, le ensanchaba hasta lo grotesco una de las aletas de la nariz. Tenía electrodos repartidos por todo el cuerpo, conectados a una serie de aparatos. De vez en cuando, uno de esos aparatos emitía un pitido y los médicos de la UCI iban corriendo a regulado. Siempre que eso ocurría, me asaltaba el temor de que Tito se estuviera muriendo. Era desesperante. También era alentador. Sólo podía tener la seguridad de que Tito seguía vivo cuando temía que se estuviera muriendo.
Para poder morirse, Tito tenía que estar vivo.
Diogo Mainardi, La caída. Memorias de un padre en 424 pasos, Anagrama, Barcelona, 2015, p. 43.
[El horizonte], Agustín Fernández Mallo
domingo, 7 de junio de 2015
Horizonte. On the road, Vivienne Chan
En cualquier road movie lo importante es el horizonte; tarde o temprano tiene que verse y significar algo por sí mismo, a fin de empaquetar en aquel punto lejano el espíritu de la película. Está bien estudiado que, en el cine europeo, el horizonte significa pérdida o melancolía; en el cine norteamericano, esperanza, imán de pioneros; y en el cine chino o japonés, significa muerte.
Agustín Fernández Mallo, Nocilla Dream, Candaya, Barcelona, 2007, p. 56.
[Relámpago], Jorge Riechmann
sábado, 6 de junio de 2015
Campos de relámpagos, Hiroshi Sugimoto
Uno que cavila
sobre la etimología del relámpago:
lámpara del instante,
sierpe golosa de luz, instantánea rúbrica en el cielo
de alguno de los nombres más secretos del Mundo,
rabo del ser que no somos, puerta
abierta y cerrada al laberinto
(todo tiene puertas sin puertas),
punzada de acidez sobre la lengua del cosmos,
inteligencia de lo común, respiración
como una especie —qué especie— de raíz
(todas las cosas las gobierna el rayo),
relámpago, amo.
Cuando esa cuchillada
se ramifica desde el corazón
ha llegado el momento de la luz sin retorno
Jorge Riechmann, Entreser (poesía reunida 1993-2007), Monte Ávila, Caracas, 2013, pp. 289-290.
[Nieve sobre el agua...], Jules Renard
viernes, 5 de junio de 2015
Sombras sobre azul en la nevada, Kent Shiraishi
Nieve sobre el agua: silencio sobre silencio.
Jules Renard, Diario 1887-1910, Debolsillo, Barcelona, 2009.
[El temblor de una rama], Joaquín Gurruchaga
martes, 2 de junio de 2015
Kansuke Yamamoto
Un ser
que ya no está
es el temblor
de una rama
cuando el pájaro
se ha ido.
Joaquín Gurruchaga, El tiempo, el humo, el pasado, Calambur, Madrid, 1996.
[El bambú joven...], Momoko Kuroda
lunes, 1 de junio de 2015
El bambú joven
al crecer llama
a quienes ya no están
Momoko Kuroda, I wait for the moon.
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