Cartas para Elena, Arantza Portabales

martes, 13 de octubre de 2015
Antti Viitala


CARTAS PARA ELENA

   Querida Elena:

   El sol de Tarfaya quema. Cabalgo sobre las olas y cierro los ojos. Te veo a mi lado, con tu pelo negro y crespo, teñido de sal. Estiro la mano y casi rozo tu piel de neopreno. Después vuelvo a la orilla. Y no queda nadie. La casa de Amîn está cerrada. Las calles son un inmenso escenario de atrezo en el que todos habéis desaparecido. Suelo deambular por el zoco de El Aaiun, buscando tu rostro en cada puesto, en cada esquina. Nunca estás. Siempre lo tuvimos claro. Hasta que la muerte nos separe. Pero no sabíamos lo que eso supondría. Lo que duele la ausencia.
   Busca a Fátima. Dile que he encontrado a Omar. Que lleva aquella camiseta del Barça que le trajimos en nuestro tercer viaje. Está guapo, el enano. Aún tiene ocho años. Juega al futbol a todas horas. Le sigue faltando un diente. Y luce una eterna herida en la rodilla. Díselo. Que estamos juntos. Que estamos bien. 
   Porque este es mi cielo, Elena. Al final, mira tú, resulta que existe. Es hermoso. Huele a cuero, a comino, a hierbabuena y a jazmín. Sabe a dátiles y a mandarinas. Se impregna de la arena del Sahara. Se tiñe de rojo cada atardecer. Tú ya lo conoces.
   Esto es todo. Me limito a esperarte, con el pequeño de Fátima pegado a mis talones. Te añoro en cada ola de este mar. En cada playa. ¿Sabes qué? Debiste morir conmigo. Este era nuestro paraíso. Y está a punto de convertirse en un infierno sin ti.




Arantza Portabales, A Celeste la compré en un rastrillo, Zaera Silvar, A Coruña, 2015, pp. 105-106.
 

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