Anselm Kiefer
Una vez realizamos una misión especial: nos ordenaron que laváramos urgentemente una casa en una aldea vacía. ¡Absurdo!
—¿Para qué?
—Mañana se va a celebrar en ella una boda.
Rociamos con mangueras el tejado, los árboles, escarbamos la tierra. Segamos las plantas de patata, toda la huerta, la hierba del patio. Dejamos todo aquello hecho un erial.
Al día siguiente trajeron a los novios. Se presentó un autobús lleno de invitados. Con música. Un novio y una novia de verdad, no de película. Entonces ya vivían en otro lugar, se habían mudado, pero los convencieron de que vinieran aquí para filmar la escena para la posteridad. La propaganda funcionaba. La fábrica de sueños defendía nuestros mitos: podemos sobrevivir en cualquier lugar, hasta en una tierra muerta.
Justo antes de partir, el comandante me mandó llamar:
—¿Qué has estado escribiendo?
—Cartas a mi mujer —le contesté. A lo que le siguió la frase:
—Pues al llegar a casa, ándate con cuidado.
¿Qué me ha quedado en el recuerdo de aquellos días? Cómo cavábamos. Y cavábamos. En alguna parte del diario tengo escrito qué es lo que comprendí allí. En los primeros días. Comprendí lo fácil que es convertirte en tierra.
Iván Nikoláyevich Zhmíjov,
ingeniero químico
Svetlana Alexievich, Voces de Chernóbil: crónica del futuro, Siglo XXI, Madrid, 2006, pp. 182-183.
0 comentarios:
Publicar un comentario