[Tierra quemada], Julien Gracq

viernes, 8 de marzo de 2013


   Sintió formarse en él una oleada triste y ardiente que corría como un fuego de bosque, dejando el mundo a su paso árido y muerto. ¡No era la impaciencia! No ese esfuerzo inútil y desahuciado que se descompone acompasadamente, como el mar, en el momento de llegar. Bien vislumbraba él que hubiera convenido saber acomodar, habitar aquel amor como una casa tranquila; durante su andadura vio desfilar sobre la tierra tranquilos varaderos donde le tentaba echar el ancla, pero no se detenía. «Como hacen otros en la guerra —pensó con cierta amargura—. No conozco otra forma de proceder que la de la tierra quemada».


Julien Gracq, La península, Nocturna, Madrid, 2011, p. 121.

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