Monte Fuji al atardecer, Hokusai
¿Qué es lo que se experimenta a partir de lo Dos y no de lo Uno? ¿Qué es el mundo examinado, practicado y vivido a partir de la diferencia y no de la identidad? Yo pienso que el amor es eso. Es el proyecto, que incluye naturalmente el deseo sexual y sus pruebas, que incluye el nacimiento de un niño, pero que incluye igualmente otras mil cosas, a decir verdad, no importa qué a partir del momento en el que se trata de vivir una prueba desde el punto de vista de la diferencia (...).
El amor es una proposición existencial: construir un mundo desde un punto de vista descentrado respecto a mi simple pulsión por sobrevivir, o sea, respecto a mi interés. Yo opongo, aquí, “construcción” a “experiencia”. Digamos que si, apoyado sobre la espalda de aquella a quien amo, veo la paz de la tarde en un lugar montañoso, la pradera de un verde dorado, la sombra de los árboles, los corderos con hocicos negros inmóviles detrás de los setos y el sol a punto de ponerse detrás de las rocas, y sé, no por su rostro, sino en el mundo mismo tal y como es, que aquella a quien amo ve el mismo mundo, y que esta identidad forma parte del mundo, y que el amor es justamente, en ese momento mismo, esa paradoja de una diferencia idéntica, entonces el amor existe y promete seguir existiendo. Y es que ella y yo somos incorporados a ese único Sujeto, el Sujeto de amor, que intenta el desplegamiento de un mundo a través del prisma de nuestra diferencia, de modo que este mundo advenga, nazca, en lugar de ser sólo lo que llena mi mirada personal. El amor es siempre la posibilidad de asistir al nacimiento del mundo.
Alain Badiou, Elogio del amor, La esfera de los libros, Madrid, 2011, pp. 34-35, 37-38.
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