Sín título, Jean-Michel Folon
UN SONETO
Me ha pasado una cosa increíble; de repente me olvidé de qué número iba primero: si el siete o el ocho.
Fui a casa de unos vecinos y les pregunté qué pensaban al respecto.
Cuál no sería su sorpresa, y la mía, cuando de pronto cayeron en la cuenta de que tampoco ellos eran capaces de recordar el orden de los números. Se acordaban de que iba: uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis; pero a partir de ahí no sabían cómo seguir.
Nos fuimos todos a la tienda de alimentación que está en la esquina de las calles Známenskaia y Basséinaia y le pedimos a la cajera que nos sacara de dudas. La cajera nos sonrió con tristeza, se sacó un martillito de la boca y, moviendo levemente la nariz, dijo:
—En mi opinión, el siete irá detrás del ocho en caso de que el ocho vaya detrás del siete.
Le dimos las gracias a la cajera y nos marchamos felices de la tienda. Pero enseguida, después de pensar detenidamente en lo que nos había dicho la cajera, volvimos a caer en el desaliento, pues nos pareció que sus palabras no tenían el menor sentido.
¿Qué podíamos hacer? Nos dirigimos al Jardín de Verano y empezamos a contar árboles. Pero, al llegar a seis, paramos y nos pusimos a discutir: para unos, el siguiente era el siete; para otros, el ocho.
Nos habríamos pasado el día discutiendo, pero, por suerte, en ese momento un niño se cayó de un banco y se rompió las dos mandíbulas. Eso hizo que nos olvidáramos de nuestra discusión.
Y después cada uno se fue para su casa.
Me ha pasado una cosa increíble; de repente me olvidé de qué número iba primero: si el siete o el ocho.
Fui a casa de unos vecinos y les pregunté qué pensaban al respecto.
Cuál no sería su sorpresa, y la mía, cuando de pronto cayeron en la cuenta de que tampoco ellos eran capaces de recordar el orden de los números. Se acordaban de que iba: uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis; pero a partir de ahí no sabían cómo seguir.
Nos fuimos todos a la tienda de alimentación que está en la esquina de las calles Známenskaia y Basséinaia y le pedimos a la cajera que nos sacara de dudas. La cajera nos sonrió con tristeza, se sacó un martillito de la boca y, moviendo levemente la nariz, dijo:
—En mi opinión, el siete irá detrás del ocho en caso de que el ocho vaya detrás del siete.
Le dimos las gracias a la cajera y nos marchamos felices de la tienda. Pero enseguida, después de pensar detenidamente en lo que nos había dicho la cajera, volvimos a caer en el desaliento, pues nos pareció que sus palabras no tenían el menor sentido.
¿Qué podíamos hacer? Nos dirigimos al Jardín de Verano y empezamos a contar árboles. Pero, al llegar a seis, paramos y nos pusimos a discutir: para unos, el siguiente era el siete; para otros, el ocho.
Nos habríamos pasado el día discutiendo, pero, por suerte, en ese momento un niño se cayó de un banco y se rompió las dos mandíbulas. Eso hizo que nos olvidáramos de nuestra discusión.
Y después cada uno se fue para su casa.
Daniil Jarms, Me llaman capuchino, Automática, Madrid, 2012, pp. 25-26.
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