ESPERANZA
No sabría deciros por qué, de tantos recuerdos, justo me viene éste, de jugar a indios y vaqueros, de él haciendo de indio con mucho respeto y seriedad y muriendo abatido por mis tiros y los del primo Toni y del Babas, el compañero de pupitre. No sé por qué justo pienso en lo bien que se moría el condenado, doblándose sobre el estómago, cayendo de rodillas, retorcido, hasta quedar muerto y bien muerto sobre la hierba del parque, inmóvil hasta que nos acercábamos y lo sacudíamos de los hombros y resucitaba sonriente, borrándonos un poco la cara de susto.
No sabría deciros, pero seguramente por el recuerdo venido, me acerco al ataúd donde descansa sereno, con las manos cruzadas un poquito por debajo del pecho y me inclino sobre él, me acerco a su oído y le digo, ya está bien de hacer el indio, y lo sacudo de los hombros hasta que me detiene su hijo, ¿pero estás loco viejo chocho?, y después me siento a esperar, aunque creo que no quieren que me quede, para ver la cara que ponen, los demás, cuando se levante.
No sabría deciros por qué, de tantos recuerdos, justo me viene éste, de jugar a indios y vaqueros, de él haciendo de indio con mucho respeto y seriedad y muriendo abatido por mis tiros y los del primo Toni y del Babas, el compañero de pupitre. No sé por qué justo pienso en lo bien que se moría el condenado, doblándose sobre el estómago, cayendo de rodillas, retorcido, hasta quedar muerto y bien muerto sobre la hierba del parque, inmóvil hasta que nos acercábamos y lo sacudíamos de los hombros y resucitaba sonriente, borrándonos un poco la cara de susto.
No sabría deciros, pero seguramente por el recuerdo venido, me acerco al ataúd donde descansa sereno, con las manos cruzadas un poquito por debajo del pecho y me inclino sobre él, me acerco a su oído y le digo, ya está bien de hacer el indio, y lo sacudo de los hombros hasta que me detiene su hijo, ¿pero estás loco viejo chocho?, y después me siento a esperar, aunque creo que no quieren que me quede, para ver la cara que ponen, los demás, cuando se levante.
Jesús Esnaola, Los años de lluvia, Paréntesis, Alcalá de Guadaíra, 2012, p. 27.
6 comentarios:
Magnifica mixtura de recuerdos infantiles, quisiéramos
llegar a mayores y que la magia del juego nos devolvieran los deseos...
Encantada de conocerte, me quedo por aquí, volveré.
Besicos
Grande este el maestro Jesús, muy grande. Puedes pararte en cualquiera de los que hay en Los Años De Lluvia, que te sacude como hace el viejo chocho.
Este relato es "pata negra", me ha dejado un sabor que no se escapa del paladar.
Magnífica mezcla de vivencias, especialmente me ha gustado ese final que nos muestra la fe de ese anciano anclada en las vivencias de su infancia. Algunas sobreviven a los zarpazos del tiempo.
Todos esperamos junto a este anciano, que su amigo, efectivamente despierte.
Me quedo en este sitio. Me ha encantado lo que he encontrado.
Fuerte abrazo.
Los recuerdos nos acechan y nos sacan sentimientos dormidos. Incluso el no aceptar los hechos.
Besos.
Hermoso micro, te llena de esperanza, pero de esa esperanza triste de la que sabes que no puedes alcanzar.
Saludos Jesús.
Cabopá, encantada yo también de tu visita, de la promesa de la vuelta.
Miguelángel Flores, coincido en lo que dices sobre Los años de lluvia. Ésta es sólo una de las veces que me ha sacudido, y es probable que siga compartiendo por aquí tan buenos golpes.
Yolanda, gracias por tus palabras, y por volverte una nueva habitante de este blog.
Auroratris, gracias por seguir acechando en los comentarios. Un abrazo.
Yashira, me gusta mucho tu análisis del micro. Pero yo no soy Esnaola, sino alguien que ha disfrutado mucho con su libro; de ahí que haya subido este texto, para que más gente pueda conocer la emoción de esta lluvia. Saludos.
Publicar un comentario