[La vida no tiene vuelta], Julio Llamazares

domingo, 28 de abril de 2013
   

   Pero la vida no tiene vuelta. Como la juventud o el viento, la vida pasa y nunca retorna por más que nos neguemos a aceptarlo, como les sucede a muchos. La vida es un iceberg que resplandece ante nuestros ojos y que se desvanece al punto como cualquiera de esas estrellas que cruzan el firmamento iluminándolo en su camino para desaparecer a continuación. Y así cada minuto y cada día hasta completar el ciclo. Y así cada minuto y cada año de las vidas de todas las personas. ¿Por qué desear, entonces, que los minutos y los años vuelvan cuando sabemos que no lo harán jamás? ¿Para qué sirve la melancolía?
    Nos pasamos la mitad de la vida perdiendo el tiempo y la otra mitad queriendo recuperarlo, me dijo un día mi padre cuando ya a él le quedaba poco. Era en la época en la que ya estaba ingresado en el hospital, aniquilado por la quimioterapia. Yo había vuelto junto a él urgido por la situación y me pasaba los días acompañándolo para ayudar a mi madre, que se quedaba a dormir con él por las noches, y a mi tía, que lo hacía por el día. Desde que me fui de casa, mi padre y yo nos habíamos distanciado mucho (mi padre nunca aceptó la vida que había elegido), pero su enfermedad volvía a juntarnos, aunque fuera ya muy tarde para él. Y para mí. Siempre uno se arrepiente de no haber dedicado más tiempo a hablar con los que más quiere y a tratar de entender sus sentimientos, pero eso siempre sucede cuando ya es tarde. Así me ocurrió a mí y le sucederá seguramente a mi hijo. Es una de las leyes de la vida, de esta vida que vivimos sin entenderla hasta que ha pasado. 


Julio Llamazares, Las lágrimas de San Lorenzo, Alfaguara, Madrid, 2013, pp. 50-51.

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