[La estantería literaria], Javier Moreno

viernes, 19 de abril de 2013


   Algunos dejaron de hacerlo, de escribir. Vila-Matas, por ejemplo. Y lo hizo a lo grande, como solo pueden dejar de escribir los maestros, y no hablo de acabar colgado de la viga del techo o mordiendo el cañón de una recortada. Hablo de un final literario para lo literario, hablo de dos ondas afines que resuenan hasta hacer caer el edificio de la escritura. El mundo ha dejado de merecer a la literatura, dicen que fueron sus últimas palabras antes de atravesar la puerta de un sanatorio suizo, como hicieron en su momento Walser y Kafka, dos de sus maestros conocidos. Encerrado en su habitación, ante un paisaje de montañas cubiertas de nieve, se dedicó a la corrección de estilo de manuales de instrucciones de muebles y accesorios de IKEA. Vila-Matas encontró al final de sus días la gran iluminación, convencido de que la literatura jamás podría competir con el equilibrio y la pureza de las instrucciones de montaje de una mesa o de una estantería sueca. Fue su manera de desaparecer, a través de un trabajo que le concedía la bendición del anonimato y un público potencialmente infinito. Ni Houellebecq ni Larsson podían haber soñado con algo semejante. Vila-Matas pretendía insistir en los vacíos. Su idea básica era que el mueble no consistía sino en una compartimentación de vacíos (vacíos que el cliente aniquilaba colmándolos con sus pertenencias), que todo montaje implicaba una coreografía de gestos que acercaba al bricomaníaco al adepto de un milenario arte marcial. Montar un mueble de IKEA debía convertirse en una experiencia similar al Tai Chi, un karma yoga que permitía por medio de una serie de movimientos disciplinados traer un objeto al mundo, un ente material y concreto, algo al fin útil. La literatura era contingente, solo el mobiliario era necesario. Los libros servían para llenar esos vacíos que estructuraban los estantes. Su último proyecto en vida consistió en proponer a la marca sueca un modelo de estantería de dos por dos metros sin una sola balda. La llamó la estantería literaria pues, según él, compartía con la literatura dos de sus rasgos esenciales: el vacío y una perfecta inutilidad.


Javier Moreno, 2020, Lengua de Trapo, Madrid, 2013, pp. 182-183.

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