Parche

martes, 25 de mayo de 2010
PARCHE

Al principio fue difícil. Por el día intentaba no pensar, con la rutina como impagable aliada. Pero llegaba la noche... y una retahíla de insomnios y avisperos nacían cuando mi mano te buscaba entre el hueco de las sábanas. En una de esas noches sin pegar ojo se me ocurrió una idea, una gran idea, como verás.

Fui a la mañana siguiente a comprar un rollo entero de felpa, de un rosa próximo al marrón, y algodón en abundancia. También precisaba botones, carretes de hilo, y aguja y dedal, que no tenía por casa ya que, no sé si te acuerdas, nunca me ha gustado coser. Pero esta vez no me importó. En algo menos de dos semanas conseguí terminar un vistoso peluche, de una altura y envergadura similares a la tuya —en cuanto al peso fracasé, lógicamente.

Acabé justo a tiempo de estrenarlo esa misma noche, aunque antes de tenderlo sobre tu antiguo lado de la cama y arroparlo, lo vestí con ese pijama a cuadros que te dejaste en el armario, ése del que decías que no acababa de sentarte bien. Pero al peluche le iba que ni pintado. Me acosté, extendí sobre él mis brazos, y por primera vez en mucho tiempo concilié el sueño al instante.

Desde entonces consigo dormirme sin demasiados problemas. Es cierto que la felpa poco tiene que ver con una piel humana, pero al menos conserva bien el calor, y no me resulta difícil imaginar que descanso abrazada a alguien a mi lado. Y es verdad que el muñeco no puede reproducir los ronquidos que a veces se te escapaban —sí, aunque no quieras reconocerlo—, pero no tengo por qué preocuparme del silencio y sus embestidas, ya que ahora un continuo y suave sollozo tiende a escapárseme mientras duermo.

Así es cómo me las voy arreglando, ya ves, no me va mal, y por fin me siento capaz de decir, orgullosa, que ya he dejado de echarte de menos.

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