PARA ACABAR CON LAS BIOGRAFÍAS:
SÍ, ¿PERO PUEDE HACER ESTO LA MÁQUINA A VAPOR?
Estaba hojeando una revista mientras esperaba a que Joseph K., mi basset, terminara su acostumbrada consulta de cincuenta minutos de todos los martes con un psicoterapeuta de Park Avenue (un veterinario junguiano que, por cincuenta dólares la sesión, se empeña en convencerle de que los mofletes no son una desventaja social), cuando, por casualidad, di con una frase a pie de página que atrajo mi atención tanto como la notificación de un cheque sin fondos. Sin embargo, no se trataba más que de uno de esos artículos en rúbricas pseudoculturales tipo «Conozca usted la vida de...» o «¡A que no lo sabe!», pero su evidencia me sacudió con la fuerza de las primeras notas de la Novena de Beethoven. «El sándwich», decía, «fue inventado por el conde de Sandwich.» Estupefacto por la noticia, volví a leerla y me estremecí con un temblor involuntario. Mis ideas se arremolinaron mientras evocaba los sueños, las esperanzas y los inmensos obstáculos que debieron acompañar el invento del primer sándwich. Se me humedecieron los ojos cuando miré por la ventana las centelleantes torres de la ciudad y experimenté una sensación de eternidad, maravillado por el lugar inextirpable del hombre en el universo. ¡El hombre, el inventor! Los cuadernos de anotaciones de Da Vinci se cernieron sobre mí -valientes hipótesis para las más elevadas aspiraciones de la raza humana-. Pensé en Aristóteles, Dante, Shakespeare. El primer folio de sus obras. Newton. El Messiah de Haendel. Monet. El impresionismo. Edison. El cubismo. Stravinsky. E = mc2...
Me concentré con firmeza en la imagen mental del primer sándwich, conservado en una vitrina del Museo Británico y dediqué los tres meses siguientes a la elaboración de una breve biografía de su gran inventor, el conde de Sandwich. Aunque mis conocimientos de historia no son muy brillantes y aunque mi capacidad para novelar los hechos supera con mucho la del común de los aficionados al ácido, espero haber captado al menos la esencia de este genio ignorado y deseo que estas notas sueltas induzcan a algún verdadero historiador a trabajar sobre él a partir de estos datos.
1718: nace el conde de Sandwich en una familia de aristócratas. El padre está encantado por haber sido nombrado jefe herrador de su majestad el rey, posición de la que disfruta durante bastantes años hasta que descubre que no es más que un herrero y renuncia, amargado. La madre es una simple hausfrau de extracción germánica cuyo sencillo menú consiste esencialmente en manteca de cerdo y avenate, aunque a veces demuestra cierta imaginación culinaria al confeccionar un postre de natas, huevos, vino y azúcar.
1725-1735: asiste a la escuela, donde aprende el latín y a montar a caballo. En la escuela toma contacto por primera vez con los embutidos y muestra especial interés por los cortes muy finos de roast-beef y de jamón. Para cuando se gradúa, esto se ha convertido ya en una obsesión y, aunque su tesis sobre «El análisis y los fenómenos concomitantes de la merienda de la tarde» llama la atención de los profesores, sus compañeros de estudio le consideran estrambótico.
1736: ingresa en la Universidad de Cambridge, a instancias de sus padres, para seguir estudios de retórica y metafísica, pero muestra poco entusiasmo por los mismos. En constante rebelión contra todo lo académico, es acusado de robar pan y de llevar a cabo experimentos antinaturales con ese material. Las acusaciones de herejía determinan su expulsión.
1738: desheredado, se refugia en los países escandinavos donde, durante tres años, estudia intensivamente el queso. Fascinado por la gran variedad de sardinas que encuentra, anota en su cuaderno: «Estoy convencido de que existe una realidad permanente, más allá de lo que aún ha podido lograr el hombre, en la yuxtaposición de los alimentos. Simplifica, simplifica». A su regreso a Inglaterra, conoce a Nell Smallbore, hija de un verdulero, y contrae matrimonio. Ella le enseñará todos sus conocimientos sobre la lechuga.
1741: reside en el campo con una modesta herencia y trabaja día y noche apretando con frecuencia el cinturón para ahorrar y comprar comida. Su primera obra terminada (una rebanada de pan, otra rebanada de pan encima de la primera y un trozo de pavo encima de las dos rebanadas) fracasa miserablemente. Desilusionado hasta la amargura, regresa a su estudio y vuelve a empezar todo de nuevo.
1745: después de cuatro años de frenética labor, está convencido de haber alcanzado la antesala del éxito. Expone ante sus colegas dos trozos de pavo con una rebanada de pan en medio. Todos rechazan su obra salvo David Hume, quien presiente la inminencia de algo grandioso y le alienta a seguir. Enardecido por la amistad del filósofo, vuelve a su trabajo con renovado vigor.
1747: en la miseria, no puede darse el lujo de trabajar con roast-beef o pavo y se dedica al jamón que es más barato.
1750: en primavera, expone tres trozos consecutivos de jamón uno encima de otro, y hace una demostración que sólo despierta cierto interés en círculos intelectuales y que pasa desapercibida para el gran público. Tres rebanadas de pan apiladas aumentan su reputación y, aunque todavía no se evidencia un estilo maduro, Voltaire muestra su interés por conocerle.
1751: viajes a Francia donde el filósofo-dramaturgo acaba de lograr interesantes resultados con pan y mayonesa. Los dos hombres traban amistad y se inicia una larga correspondencia que termina repentinamente cuando a Voltaire se le acaban los sellos.
1758: su creciente aceptación entre los manipuladores de la opinión pública hace que la reina le encargue «algo especial» con motivo de un almuerzo con el embajador de España. Trabaja día y noche experimentando con cientos de posibilidades y, por fin a las 16 horas y 17 minutos del 27 de abril de 1758, crea la obra que consiste en varias tajadas de jamón cubiertas, por encima y por debajo, por dos rebanadas de pan de centeno. En un golpe de inspiración, adorna la obra con mostaza. Es un éxito inmediato y queda encargado para el resto del año de los almuerzos de sábado.
1760: cosecha un éxito tras otro creando «sándwiches», como se los denomina en su honor, con roast-beef, pollo, lengua y casi cualquier fiambre concebible. No satisfecho con repetir fórmula ya tratadas, busca nuevas ideas y elabora el sándwich-combinado por el cual recibe la Orden de la Jarretera.
1779: en su residencia de campo, recibe la visita de los hombres más ilustres del siglo: Haydn, Kant, Rousseau y Ben Franklin se detienen en su casa, algunos disfrutando de sus admirables creaciones, otros con pedidos para llevar.
1788: aunque físicamente cansado, todavía investiga nuevas formas y escribe en su diario: «Trabajo hasta altas horas de la noche y tuesto todo lo que encuentro en un esfuerzo por mantener el calor». A fines de ese mismo año, su sandwich abierto de roast-beef caliente provoca un escándalo por su franqueza.
1783: para celebrar su sexagésimo quinto cumpleaños, inventa la hamburguesa y hace giras personales por las grandes capitales del mundo preparando hamburguesas en salas de concierto ante numerosas y agradecidas audiencias. En Alemania, Goethe sugiere servirlas con panecillos, una idea que deleita al conde quien, más tarde, dice del autor de Fausto: «Este Goethe es un gran tipo». Estas palabras deleitan a Goethe, aunque al año siguiente los dos hombres rompen su relación por una desavenencia en torno a los conceptos de poco hecho, a punto y muy hecho.
1790: en una exposición retrospectiva de su obra, celebrada en Londres, sufre un repentino ataque de dolores en el pecho, y se le vaticina una muerte inminente, pero se recupera lo suficiente como para supervisar la construcción de un monumento al sándwich de barra promovido por un grupo de talentosos seguidores. Su inauguración en Italia produce serios disturbios y allí permanece incomprendido salvo para unos pocos críticos.
1792: cae víctima de un genu varum que no puede tratar a tiempo y fallece mientras duerme. Es enterrado en Westminster Abbey, y miles de personas presencian sus funerales. En esa ocasión, el gran poeta alemán Hölderlin resume sus logros con una manifiesta reverencia: «Liberó a la humanidad del almuerzo caliente. Todos estamos en deuda con él».
Woody Allen, Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Tusquets, Barcelona, 2007 (1966), pp. 43-48.
SÍ, ¿PERO PUEDE HACER ESTO LA MÁQUINA A VAPOR?
Estaba hojeando una revista mientras esperaba a que Joseph K., mi basset, terminara su acostumbrada consulta de cincuenta minutos de todos los martes con un psicoterapeuta de Park Avenue (un veterinario junguiano que, por cincuenta dólares la sesión, se empeña en convencerle de que los mofletes no son una desventaja social), cuando, por casualidad, di con una frase a pie de página que atrajo mi atención tanto como la notificación de un cheque sin fondos. Sin embargo, no se trataba más que de uno de esos artículos en rúbricas pseudoculturales tipo «Conozca usted la vida de...» o «¡A que no lo sabe!», pero su evidencia me sacudió con la fuerza de las primeras notas de la Novena de Beethoven. «El sándwich», decía, «fue inventado por el conde de Sandwich.» Estupefacto por la noticia, volví a leerla y me estremecí con un temblor involuntario. Mis ideas se arremolinaron mientras evocaba los sueños, las esperanzas y los inmensos obstáculos que debieron acompañar el invento del primer sándwich. Se me humedecieron los ojos cuando miré por la ventana las centelleantes torres de la ciudad y experimenté una sensación de eternidad, maravillado por el lugar inextirpable del hombre en el universo. ¡El hombre, el inventor! Los cuadernos de anotaciones de Da Vinci se cernieron sobre mí -valientes hipótesis para las más elevadas aspiraciones de la raza humana-. Pensé en Aristóteles, Dante, Shakespeare. El primer folio de sus obras. Newton. El Messiah de Haendel. Monet. El impresionismo. Edison. El cubismo. Stravinsky. E = mc2...
Me concentré con firmeza en la imagen mental del primer sándwich, conservado en una vitrina del Museo Británico y dediqué los tres meses siguientes a la elaboración de una breve biografía de su gran inventor, el conde de Sandwich. Aunque mis conocimientos de historia no son muy brillantes y aunque mi capacidad para novelar los hechos supera con mucho la del común de los aficionados al ácido, espero haber captado al menos la esencia de este genio ignorado y deseo que estas notas sueltas induzcan a algún verdadero historiador a trabajar sobre él a partir de estos datos.
1718: nace el conde de Sandwich en una familia de aristócratas. El padre está encantado por haber sido nombrado jefe herrador de su majestad el rey, posición de la que disfruta durante bastantes años hasta que descubre que no es más que un herrero y renuncia, amargado. La madre es una simple hausfrau de extracción germánica cuyo sencillo menú consiste esencialmente en manteca de cerdo y avenate, aunque a veces demuestra cierta imaginación culinaria al confeccionar un postre de natas, huevos, vino y azúcar.
1725-1735: asiste a la escuela, donde aprende el latín y a montar a caballo. En la escuela toma contacto por primera vez con los embutidos y muestra especial interés por los cortes muy finos de roast-beef y de jamón. Para cuando se gradúa, esto se ha convertido ya en una obsesión y, aunque su tesis sobre «El análisis y los fenómenos concomitantes de la merienda de la tarde» llama la atención de los profesores, sus compañeros de estudio le consideran estrambótico.
1736: ingresa en la Universidad de Cambridge, a instancias de sus padres, para seguir estudios de retórica y metafísica, pero muestra poco entusiasmo por los mismos. En constante rebelión contra todo lo académico, es acusado de robar pan y de llevar a cabo experimentos antinaturales con ese material. Las acusaciones de herejía determinan su expulsión.
1738: desheredado, se refugia en los países escandinavos donde, durante tres años, estudia intensivamente el queso. Fascinado por la gran variedad de sardinas que encuentra, anota en su cuaderno: «Estoy convencido de que existe una realidad permanente, más allá de lo que aún ha podido lograr el hombre, en la yuxtaposición de los alimentos. Simplifica, simplifica». A su regreso a Inglaterra, conoce a Nell Smallbore, hija de un verdulero, y contrae matrimonio. Ella le enseñará todos sus conocimientos sobre la lechuga.
1741: reside en el campo con una modesta herencia y trabaja día y noche apretando con frecuencia el cinturón para ahorrar y comprar comida. Su primera obra terminada (una rebanada de pan, otra rebanada de pan encima de la primera y un trozo de pavo encima de las dos rebanadas) fracasa miserablemente. Desilusionado hasta la amargura, regresa a su estudio y vuelve a empezar todo de nuevo.
1745: después de cuatro años de frenética labor, está convencido de haber alcanzado la antesala del éxito. Expone ante sus colegas dos trozos de pavo con una rebanada de pan en medio. Todos rechazan su obra salvo David Hume, quien presiente la inminencia de algo grandioso y le alienta a seguir. Enardecido por la amistad del filósofo, vuelve a su trabajo con renovado vigor.
1747: en la miseria, no puede darse el lujo de trabajar con roast-beef o pavo y se dedica al jamón que es más barato.
1750: en primavera, expone tres trozos consecutivos de jamón uno encima de otro, y hace una demostración que sólo despierta cierto interés en círculos intelectuales y que pasa desapercibida para el gran público. Tres rebanadas de pan apiladas aumentan su reputación y, aunque todavía no se evidencia un estilo maduro, Voltaire muestra su interés por conocerle.
1751: viajes a Francia donde el filósofo-dramaturgo acaba de lograr interesantes resultados con pan y mayonesa. Los dos hombres traban amistad y se inicia una larga correspondencia que termina repentinamente cuando a Voltaire se le acaban los sellos.
1758: su creciente aceptación entre los manipuladores de la opinión pública hace que la reina le encargue «algo especial» con motivo de un almuerzo con el embajador de España. Trabaja día y noche experimentando con cientos de posibilidades y, por fin a las 16 horas y 17 minutos del 27 de abril de 1758, crea la obra que consiste en varias tajadas de jamón cubiertas, por encima y por debajo, por dos rebanadas de pan de centeno. En un golpe de inspiración, adorna la obra con mostaza. Es un éxito inmediato y queda encargado para el resto del año de los almuerzos de sábado.
1760: cosecha un éxito tras otro creando «sándwiches», como se los denomina en su honor, con roast-beef, pollo, lengua y casi cualquier fiambre concebible. No satisfecho con repetir fórmula ya tratadas, busca nuevas ideas y elabora el sándwich-combinado por el cual recibe la Orden de la Jarretera.
1779: en su residencia de campo, recibe la visita de los hombres más ilustres del siglo: Haydn, Kant, Rousseau y Ben Franklin se detienen en su casa, algunos disfrutando de sus admirables creaciones, otros con pedidos para llevar.
1788: aunque físicamente cansado, todavía investiga nuevas formas y escribe en su diario: «Trabajo hasta altas horas de la noche y tuesto todo lo que encuentro en un esfuerzo por mantener el calor». A fines de ese mismo año, su sandwich abierto de roast-beef caliente provoca un escándalo por su franqueza.
1783: para celebrar su sexagésimo quinto cumpleaños, inventa la hamburguesa y hace giras personales por las grandes capitales del mundo preparando hamburguesas en salas de concierto ante numerosas y agradecidas audiencias. En Alemania, Goethe sugiere servirlas con panecillos, una idea que deleita al conde quien, más tarde, dice del autor de Fausto: «Este Goethe es un gran tipo». Estas palabras deleitan a Goethe, aunque al año siguiente los dos hombres rompen su relación por una desavenencia en torno a los conceptos de poco hecho, a punto y muy hecho.
1790: en una exposición retrospectiva de su obra, celebrada en Londres, sufre un repentino ataque de dolores en el pecho, y se le vaticina una muerte inminente, pero se recupera lo suficiente como para supervisar la construcción de un monumento al sándwich de barra promovido por un grupo de talentosos seguidores. Su inauguración en Italia produce serios disturbios y allí permanece incomprendido salvo para unos pocos críticos.
1792: cae víctima de un genu varum que no puede tratar a tiempo y fallece mientras duerme. Es enterrado en Westminster Abbey, y miles de personas presencian sus funerales. En esa ocasión, el gran poeta alemán Hölderlin resume sus logros con una manifiesta reverencia: «Liberó a la humanidad del almuerzo caliente. Todos estamos en deuda con él».
Woody Allen, Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Tusquets, Barcelona, 2007 (1966), pp. 43-48.
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