SUEÑOS
Todo le iba de maravilla hasta que un día soñó que lo arrollaba un tren. ¿Un tren? Por si acaso, Victorio decidió encerrarse unas semanas en su villa. No en vano todo el país, estrecho y montañoso, estaba taladrado de túneles y vías férreas.
Años atrás había soñado con el premio de la Lotería y con el dinero se había comprado aquella villa en la que, sólo la biblioteca, ocupaba una sala dos veces mayor que su antiguo piso, y a la cabecera de la cama le guiñaba un ojo el retrato de Federico de Montefeltro.
El tren que lo arrollaba en su sueño era una máquina enorme y negra que producía un ruido espantoso. Por otra parte, la villa de Victorio estaba rodeada de jardines, y disponía de un lago y un pinar. Podía pasear, leer, escuchar música, y solazarse sin traspasar sus muros.
Aunque el sueño no se repitió y Victorio lo olvidó, la costumbre lo mantuvo retenido durante años. Un día que rebuscaba un libro raro en una estantería alta, resbaló y cayó de las escaleras. Las piernas ya no eran lo que fueron y la vista, fatigada, le obligaba a acercar los libros a un palmo de la cara.
Mientras estaba inconsciente en la ambulancia volvió a soñar con el tren: la máquina negra y pesada de cuarenta años atrás se había convertido en un tren moderno, de alta velocidad, ahusado y de morro puntiagudo, que lo arrollaba igualmente. Victorio se sonrió al comprobar que también el progreso llegaba a los sueños.
Lo despertó el traqueteo de la ambulancia atascada en las vías del paso a nivel.
Carlos Almira, Fuego enemigo, Nowevolution, Madrid, 2010, p. 9.
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