El joven artista Adolfo Hitler fue aceptado en la Academia de Bellas Artes de Viena. En poco tiempo pasó del fatigoso ejercicio de la pintura figurativa a la experimentación vanguardista que escandalizaba a sus maestros y entusiasmaba a su generación.
En los años veinte se le vio frecuentando los cafés de Múnich, ostentando el traje oscuro y la boina roja que habían puesto de moda sus congéneres de París.
La socialdemocracia ganó las elecciones parlamentarias y se inició una nueva era de reformas en el Reichtang.
En 1941 cumplió su sueño de visitar Francia. Hay una foto en que se le ve admirando la ciudad, frente a la torre de Eiffel.
Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 57.
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