EL OSO Y EL HIGO
Un oso salió de su madriguera al final del invierno, topándose con una hermosa higuera que exhibía un higo temprano.
«Qué apetitoso está este higo, y qué bien saciaría mi hambre, después de meses de hibernación. Es lo que necesito», pensó.
Así que el oso se aproximó a la higuera, se colocó bien tieso debajo del higo y allí se quedó mirándolo.
El higo, percatado de su presencia y pensando que le gustaría ser saboreado por aquél, le preguntó:
—¿Qué haces ahí?
—Espero —dijo el oso.
—¿Qué esperas?
—Que caigas de la rama.
—¿Y por qué? —inquirió curioso el higo.
—Porque yo soy un oso y tú eres un higo. Yo tengo hambre y debo comer, y tú has brotado y debes ser comido.
—Es lógico lo que dices —contestó el higo—. Cuando te vi, pensé: ¡Qué lindo oso para cumplir con él la función de mi existencia! Tú y yo nos complementamos.
—Efectivamente —asintió el oso.
Hubo un silencio y el higo comentó perplejo:
—Así pues, tú deberías cogerme, y yo, jugoso y sabroso, me desharía en beneficiosas partículas de rico alimento dentro de ti.
A lo que el oso dijo:
—¡Oh, no! Tú debes soltarte de la rama y caer por tu peso, repleto de azúcar, al suelo, de donde yo te tomaré.
—Lo veo difícil —replicó el higo—. Estoy bien sujeto a la rama; no caeré, aunque mi piel ya se quiebra de tan maduro como está mi fruto. Antes alargarás la mano.
—Lo veo difícil —replicó a su vez el oso—. Estoy acostumbrado a esperar; aguardaré pacientemente, aunque mi estómago ya me duele de tan vacío que se siente. Antes caerás.
Pasó un poco de tiempo.
El higo se secó en la rama.
El oso se murió de hambre en el suelo.
Magdalena Lasala, Fábulas de ahora, Emecé, Barcelona, 2000, pp. 17-18.
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