[En un mundo virtual...], Roger Wolfe

miércoles, 31 de agosto de 2011

Distancia entre el paisaje y el crepúsculo, Kansuke Yamamoto


En un mundo virtual, las cosas cada vez se tocan menos. En muchos casos ya no hay nada que tocar: la realidad está en una pantalla. Digitalización equivale a embrutecimiento. No es posible conocer el valor real de nada que no pueda tocarse; ni quererlo. La abstracción absoluta desemboca en el desprecio absoluto. Vivimos, en Occidente al menos, en el mundo de la abstracción digitalizada; es decir, en el mundo del desprecio.


Roger Wolfe, Siéntate y escribe, Huacanamo, Barcelona, 2011, p. 118.

Breve encuentro, Antonio Rivero Taravillo

martes, 30 de agosto de 2011
Vacaciones de verano en familia, en el coche, Norman Rockwell


BREVE ENCUENTRO

Fue en un atasco, al salir de la ciudad:
lentamente todo se detuvo
como el tiovivo aquel en la infancia,
inminente el milagro de montarnos nosotros.
De pronto, el coche que me precedía
puso ante mí el espejo de otra vida.

Delante, iba el padre conduciendo;
detrás, la mujer con el pequeño hijo:
vista así, sin rostro, dulcemente
parecía que había robado tu melena,
tu cabellera rubia como miel
o ámbar campaniforme, repicando
en silencio hasta su nuca, tu nuca.
La desconocida imponía tu recuerdo.

Parabrisas adelante, veía
—como contemplándonos en el retrovisor de los años,
de haber sido otra nuestra vida—
lo que pudimos haber sido juntos
camino de un hogar al que volvíamos
tú, yo, y un hijo, nuestra carne.

Habría dado negativo en la alcoholemia
aunque estaba ebrio de ti y la tristeza
de habernos adivinado juntos y seguramente felices,
regreso de aquellos días compartidos.
A mi lado, el asiento
donde ayer te sentaste tantas veces
hoy estaba vacío, ahora el coche
vagaba ya sin rumbo al no llevarte.

Al salir de la curva, aceleré alejándome
de aquel espejo de lo que nunca ha sido.
Qué no daría por que el cromado y el cuero,
las llantas de aleación y la madera,
fuesen esa carraca de matrícula antigua
y verte en el asiento de detrás,
a mil revoluciones, loco, el corazón,
llevado por la dicha de tenerte.

Atrás quedó el agridulce espejismo
como la salsa de un chino en que nunca cenamos.
No vistos, tus ojos aflorados se perdieron
como faros que se hunden en la niebla.



Antonio Rivero Taravillo, Lejos, La Isla de Sistolá, Sevilla, 2011, páginas 30-32.

Eau de parfum, Aurora Luque

lunes, 29 de agosto de 2011
El baño, Pierre Bonnard

EAU DE PARFUM

De la infancia, el olor
del musgo en las acequias, del barro, de las moras
y la extrema violencia de aprenderse.

Del mar, la última nota
de la última ola desplegada
antes de regresar y convencernos
de que no habrá sirenas.

De la noche, las leves veladuras
de un perfume italiano
todavía de moda.

De tu cuerpo, el aroma
de libro de aventuras
vuelto a leer; pero también de adelfas
desoladas y ardiendo.

Huele a vida quemada.



Aurora Luque, Problemas de doblaje, Rialp, Madrid, 1990, p. 17.

El socio, Sławomir Mrożek

domingo, 28 de agosto de 2011
EL SOCIO

Decidí vender mi alma al diablo. El alma es lo más valioso que tiene el hombre, de modo que esperaba hacer un negocio colosal.
El diablo que se presentó a la cita me decepcionó. Las pezuñas de plástico, la cola arrancada y atada con una cuerda, el pellejo descolorido y como roído por las polillas, los cuernos pequeñitos, poco desarrollados. ¿Cuánto podía dar un desgraciado así por mi inapreciable alma?
—¿Seguro que es usted el diablo? –pregunté.
—Sí, ¿por qué lo duda?
—Me esperaba al Príncipe de las Tinieblas y usted es, no sé, algo así como una chapuza.
A tal alma, tal diablo –contestó–. Vayamos al negocio.

Infierno, Robert Doisneau



Sławomir Mrożek, Juego de azar, Acantilado, Barcelona, 2001, página 87.

Reposición, Antonio Rivero Taravillo

sábado, 27 de agosto de 2011
Cine de Nueva York, Edward Hopper

REPOSICIÓN

Si el mundo es un teatro,
o bien un cine,
y una película u obra nuestras vidas,
aún se ha de estar representando,
reponiendo en una sala de provincias,
la historia que tú y yo compartimos
estrenando un amor que, como todos,
muy pronto abandonó la cartelera.

Quiero pensar que ahora, en algún sitio,
podría volver a vernos como entonces
aunque fuesen fugaces las escenas,
aun sabiendo que no era más que un clásico:
aquello que jamás regresará
y habita sin embargo entre nosotros.

Si todo fuera tan sencillo
como ir y comprar dos entradas.


Antonio Rivero Taravillo, Lejos, La Isla de Sistolá, Sevilla, 2011, página 59.

[Negarle sentido a la vida...], Roger Wolfe

viernes, 26 de agosto de 2011
Encender una cerilla 1, Christian Steinkrüger


Negarle sentido a la vida es tan absurdo como pretender afirmar su sentido por encima de todas las cosas. El sentido de la vida es el de una cerilla que arde: su razón de ser es su combustión. En esa combustión habría que saber quemarse.


Roger Wolfe, Siéntate y escribe, Huacanamo, Barcelona, 2011, p. 66.

El fin del mundo, Fabián Vique

jueves, 25 de agosto de 2011
Un apocalipsis, William Solis

EL FIN DEL MUNDO

Cuando escuché la noticia del inminente choque del meteorito con nuestro frágil planeta, bajé corriendo al kiosco, compré cigarrillos y le comenté el pronóstico a Elizabeth. Dijo que ya le habían ido con el cuento.
Yo deslicé que esos vaticinios me sonaban increíbles. “Es verdad”, contestó mientras me extendía el atado, “pero si en Hiroshima hubiesen avisado unos días antes, también les habría parecido increíble”.
Esa clase de respuesta es la que me vuelve loco. Y que pusiera, mientras lo decía, esa media sonrisa que significaba te habías dado cuenta, tontín?”, me hizo vibrar todas las cuerdas del enamoramiento. Solía, la encantadora Elizabeth, dar muestras de parecidas ocurrencias.
Hasta entonces yo me había limitado a devolver una sonrisa que, en mi caso, significaba: “cómo me gustaría animarme a besarte”. Pero esta vez, ante la inminencia de la hecatombe, me lancé hacia ella como un felino.
La suerte estuvo de mi lado. Ella resultó ser de esas personas a las que les encanta que el otro se les tire encima al estilo leopardo. “Era hora”, me dijo, “ya no sabía qué más hacer para que te dieras cuenta de que me gustabas”.
“El sexo en el lugar de trabajo es realmente fascinante”, opinó cuando acabamos y encendimos los cigarrillos.
Días después, se comprobó que la alarma del meteorito habia sido un error de cálculo. “Te lo advertí”, fue su frase del día. Sonreí y salí con la cabeza gacha.
Yo creo que algún día dejaré de fumar.


Fabián Vique
, La vida misma y otras microficciones, Macedonia, Morón, 2010, pp. 16-17.

Regalo, Juan Cruz López

miércoles, 24 de agosto de 2011
Fuego azul, Magdalena Salamanca

REGALO

1985. La joven astronauta afroamericana Luisa Simpson se despide de su marido la noche antes de salir con la primera expedición aeroespacial comandada por una mujer de raza negra. Luisa le recuerda que cumplirá años orbitando alrededor de la Tierra y Thomas, su marido, le dice un tanto azorado que no se preocupe, que ya se las ingeniará para hacerle llegar un regalo de los que no se olvidan.
Al otro lado del planeta, un ultranacionalista eslavo llamado Lukas Kosictz decide, tras viajar por medio mundo, hacer algo por su patria, y como considera que lo que diferencia a simple vista a su país del resto de naciones civilizadas es la terrible suciedad de sus cunetas, dirige un grupo de abnegados militantes que esparcen concienzudamente por todos los linderos de las carreteras una sustancia inflamable con la que una noche, una noche clara y fresca de verano, prenden fuego a todas las cunetas de su país, pretendiendo así limpiarlas.
En ese mismo momento, justo el día de su cumpleaños, a la astronauta afroamericana se le saltan las lágrimas cuando en la noche, en la para ella negra y volcánica noche de una de las mitades del planeta azul, una rosa de fuego le hace preguntarse en qué lugar oscuro de nuestra alma se encuentran los límites del amor.


Juan Cruz López, 50 pasos para dar el salto, Berenice, Córdoba, 2009, pp. 119-120.

Facturas, Roger Wolfe

martes, 23 de agosto de 2011
El pasado, Alexander Archipenko

FACTURAS

Una angustia sorda,
inexplicable,
desprovista por completo
de aparente causa,
que te conduce al borde
de tu abismo
y por momentos te horroriza.
Porque basta un paso;
y algún día
–de eso a veces
crees estar casi seguro–
vas a darlo.
Son facturas
del pasado.
No se terminan nunca
de pagar.


Roger Wolfe, Afuera canta un mirlo, Huacanamo, Barcelona, 2009, p. 21.

Nada está escrito, Rafael Argullol

lunes, 22 de agosto de 2011
NADA ESTÁ ESCRITO

Cuando por fin se produce el gran encuentro, una mirada basta para que se detenga la mano que escribía el destino del mundo y se desvanezca la fatalidad. De repente no hay ningún relato que entorpezca la libertad del fulgurante relato que ahora empieza. Nada está escrito en el cielo cuando el amor nos otorga el privilegio de escribir nuestra vida en la tierra.

Las joyas indiscretas, René Magritte


Rafael Argullol, El cazador de instantes, Acantilado, Barcelona, 2007, p. 76.

Veracidad de la transmigración de las almas, Miguel Ángel Zapata

domingo, 21 de agosto de 2011
El sueño, Henri Rousseau


VERACIDAD DE LA TRANSMIGRACIÓN DE LAS ALMAS

Qué cosa, el progreso.
Qué cosa esta de estar entre la muerte y la muerte y ponerte en las manos enguantadas de un orfebre del bisturí y salir por tu propio pie de las salas blanquísimas que huelen a cloroformo, qué cosa.
Tras el accidente yo fui el primer hombre que recibió una transfusión completa de sangre de guepardo. Corre ahora por mis venas un torrente de sabana velocísima, de prisa felina y darviniana depredación.
Ya jamás cojo el coche. Cada día atravieso la ciudad de punta a punta, el país recorro de norte a sur cada verano, impulsado por el vendaval de mis piernas todo fibra elástica: a la oficina en cinco minutos, de Madrid a Salamanca en un par de horas. Por el camino, alguna provisión, avituallamiento para el viaje de centella: un guardia urbano, la cajera del súper, un par de niñas haciendo novillos en mi trayecto de revivido infatigable.



Miguel Ángel Zapata, Baúl de prodigios, Traspiés, Granada, 2007, pp. 25-26.

Prólogo: Maïakovski aparta, pensativo, la nieve de su puerta, Ben Clark

sábado, 20 de agosto de 2011
PRÓLOGO: MAÏAKOVSKI APARTA, PENSATIVO, LA NIEVE DE SU PUERTA

Dejar de amarte tanto todo el tiempo,
extrapolar la vida de la tinta
y salir a la calle a ser un hombre
más, un hombre feliz, a poder ser.

Y si no, simplemente un ser humano.
Con eso bastaría,
con tener libertad para dormir,
comer lo suficiente para andar
un poco sobre el suelo, y en otoño
no ver más que hojas secas en los árboles,
que más tarde la nieve
no sea más que nieve si es invierno.

Invierno, Marc Chagall


Ben Clark, Memoría, Huacanamo, Barcelona, 2009, p. 13.

...Pressez jusqu'à la fin..., Iolanda Zúñiga

viernes, 19 de agosto de 2011
El camino equivocado, Louis Janmot


...PRESSEZ JUSQU’À LA FIN...

—Ave María purísima.
—Sin pecado concebida.
—Diez años confundiendo el camino. Esquivando atajos, evitando llegar a algún sitio, eludiendo afincar mi nombre en un buzón, en una localidad con algunas docenas de códigos postales. Diez años acaramelados contenidos en latones de acero cerrados a presión con el sello de Galicia calidade, adoctrinando sobre la cara sana del fracaso. El fracaso curte a uno, más que la invernía del norte. El fracaso de ser un peón de la vida, en el andamio de los de estatus medio, sin arnés, soldando las rasgaduras de lo rutinario, sin gafas que protejan la vista, o la mirada esperanzada. Un día resuelven dormir contigo el IRPF, la hipoteca, el IVA en las compresas y las subidas del crudo. Un día te das cuenta de que compras el periódico según el rito familiar, que es un miedo exclusivo a perder la tradición, pues jamás has entendido el apartado de los negocios y el de la bolsa, no te gusta el balonmano y el patinaje, te dan escalofríos las necrológicas, te malsuenan los presidentes mundiales y todo queda relegado a las columnas veloces y mediocres de escritores audaces, a la agenda del fin de semana y a los temas de sociedad, que bien podrías ver donde Mª Teresa Campos. Diez años tontos. Diez años perpleja, reciclando plásticos, vidrio y papel, en lugar de reciclar los días y su ruindad. Los mismos títulos de crédito al final de cada minuto, temporada, lustro. Tres mil cafés repartidos por mil lugares con dos mil tertulianos. Cien conversaciones recurrentes. Dos docenas de tangas en el fondo del cajón del armario esperando a que la crema anticelulítica sea efectiva. Mil cuatrocientos bastoncitos para los oídos que no evitan nuestra sordera hacia los muertos de las guerras, de los guetos, del hambre, de la vendedora de cerillas que muere cada Navidad sin que nadie pueda evitarlo. Medio millón de colillas, siendo cada una la definitiva antes de dejar el tabaco. Cincuenta currículos franqueados en la basura de los empresarios. Diez años de transbordo en los aeropuertos, sin vuelo directo ni business class. O en el tren regional, con veinte paradas en veinte aldeas fantasma. Diez años despidiendo a los que se marchan, esperando a que lleguen de vuelta del mundo y que me puedan instruir en aventuras. Como las de Willy Fog, de ochenta días netos (ochenta días brutos para los funcionarios del Estado). Algún tiempo ya hundiéndome en el sofá de la precariedad, de la decepción, el sofá que tiene al Einstein pintado por Warhol siempre partiéndose de risa y que vino de una feria del mueble de Valencia. Diez años en el compartimento estanco del anonimato, ideando un epitafio que supere al de Groucho, muriendo poco a poco, despacio, de aburrimiento. Diez años de música como coreógrafa de mis días sin noche. Diez años debatiéndome en el frigorífico de los supermercados por una u otra marca de margarina, por los plátanos del Ecuador o los de las Canarias. Diez años de aplausos a ti de mí, y a aquel. Diez años con boda, divorcio y amante. DNI, carné de conducir y pasaporte caducados, y treinta recetas por culpa de los hongos en los pies, de la anemia ferrítica, del lunar colosal en el hombro. Diez años de colas en los médicos, tiendas, carreteras, iglesias en el momento de la hostia sagrada. Colas. Diez años de gentes colándose delante de mí porque están convencidos de que su tiempo es oro, pobres. Total, para llegar un poquito antes a las sucursales de la compañía Trámites de la Vida, que o perdonan.
—Diez años confundiendo el camino...
—Reza cuatro padrenuestros y no dejes que se te cuelen delante en los próximos diez años, ni en la carnicería, en la taquilla del fútbol, ni en las ansias de vida...


Iolanda Zúñiga, Vidas Post-it, Pulp Books, Cangas do Morrazo, 2011 (2007), páginas 43-45.

[El Mago...], Rubén Martínez

jueves, 18 de agosto de 2011
El mago, Marc Chagall



El Mago volvió a decir las palabras mágicas y de pronto todo el auditorio despertó de la ilusión de la vida, y siguió muriendo tranquilamente.



Rubén Martínez, 47 ideas para una novela, Palabras del Candil, Guadalajara, 2008, p. 48.

Pormenores, Sergi Gros

miércoles, 17 de agosto de 2011

PORMENORES

Nuestras vidas fueron
pormenorizadas
en el mismo libro
con un alfiler
y tinta indeleble.

Nuestros sueños caben
en una nuez hueca.


Nuez del Edén
, Jason Gonzalez


Sergi Gros, Las rendiciones, Huacanamo, Barcelona, 2009, página 48.

Cuento súbito, Robert Cooper

martes, 16 de agosto de 2011
Dragón de libertad, Jessica Chen Pei Ling

CUENTO SÚBITO

Érase una vez un cuento que, de repente, cuando aún era posible, comenzó. Para el héroe, que se puso en camino, no había en eso nada repentino, por supuesto; ni en el ponerse en camino, cosa que se había pasado la vida entera esperando, ni tampoco en el desenlace, pues éste, cualquiera que fuese, le parecía, como el horizonte, estar siempre en algún otro sitio. Pero para el dragón, como era muy bruto, todo resultó repentino. Se sentía súbitamente hambriento, y, sin más, súbitamente, ya estaba comiendo algo. Siempre era como la primera vez. Y entonces, súbitamente, recordó haber comido ya algo parecido: cierto sabor agrio y familiar... Pero, de la misma manera repentina, se le olvidó. El héroe, al encontrarse repentinamente con el dragón (llevaba años de penoso viaje por selvas encantadas, desiertos interminables, ciudades carbonizadas por el aliento de los dragones, de modo que la palabra repentinamente no le parecía la más apropiada), sin saber cómo sintió envidia, al desenvainar la espada (desenlace posible que se le había presentado de pronto, como si el horizonte, con el desesperado espejismo de lo repentino, se hubiera inclinado), de la libertad sin tensiones del dragón. ¿Libertad?, podría haber preguntado el dragón de no haber sido por lo bruto que era, mientras rumiaba el súbito y agrio sabor familiar (¿un recuerdo...?) en su propio aliento. Pero ¿de qué? (Olvidado.)

Robert Cooper



Robert Shapard & James Thomas, Ficción súbita, Anagrama, Barcelona, 1989 (1986), página 9.

Estamos rodeados, Juan Gracia Armendáriz

lunes, 15 de agosto de 2011
Verano en la ciudad, Edward Hopper

ESTAMOS RODEADOS

Reconozco que nos flaquean las fuerzas. Después de cavar barricadas de argumentos frente a la puerta, de amontonar sacos terreros en las ventanas y cegar las ranuras de las puertas con silicona, nuestra situación se ha vuelto insostenible. Creímos que el mundo amenazaba nuestra convivencia, pero a fuerza de autarquía hemos alcanzado una situación límite. Dejamos de llamar a los amigos, no respondíamos a las llamadas de nuestros parientes, y por toda explicación colgamos un cartel en la puerta de entrada que decía: «No molestar». Y en efecto, ya no nos moleta nadie, el mundo se ha vuelto invisible y lejano como una película en blanco y negro. Nos quedamos a solas con nuestras manías de amantes a tiempo completo. Todo, hasta el café y las tostadas, era un hábito compartido que desataba la pasión. Ahora, sin embargo, nuestros intentos son vanos. Espoleamos el deseo con estímulos que en otro tiempo nos hubiesen causado vergüenza. Nuestro vocabulario era un código amatorio que sólo nosotros entendíamos, pero ahora se ha vuelto incomprensible, como una lengua muerta. Ella y yo nos miramos con desconsuelo y fatiga, a sabiendas de que cualquier noche todo se vendrá abajo sin remedio, pero mientras llega ese instante ella calienta un poco de sopa en la cocina y yo busco con el mando a distancia una película que entretenga nuestro tedio. Luego nos acostaremos. Será tarde. Escucharé su respiración en mi cuello y anhelaremos que nadie interrumpa nuestro sueño desahuciado.


Juan Gracia Armendáriz, Cuentos del jíbaro, Demipage, Madrid, 2008, pp. 91-92.

Patchwork (regreso), Julián Rodríguez

domingo, 14 de agosto de 2011
Suzanne en el tren, Wuppertal, Alemania Occidental, 1984, Nan Goldin


PATCHWORK (REGRESO)

Volvíamos a casa en tren después del largo fin de semana. Ibas desgranando las imágenes de los momentos más felices, momentos que dentro de algunos años ya no tendrán importancia, o que odiarás por lo que ahora representan.
Me abrazabas cada poco. Y si nadie miraba, acercabas tus labios a los míos un instante, como si fuéramos todavía adolescentes.
Vestías de gris y habías estrenado tus zapatos nuevos. Hiciste un mohín cuando tu hermana dijo: Son muy clásicos, negros. Tú dijiste: No son negros, míralos bien. Y eso hizo, hasta que se convenció de que eran de color ciruela. O guinda, no sé bien. No distingo los colores. Has procurado enseñarme estos últimos meses, como a uno de tus niños del parvulario. Al principio no creíste lo que te dije: Soy daltónico.
El caso es que tú proyectabas las imágenes en la ventanilla: la recogida de setas, los paseos hasta el Mirador de la Montaña, la carne sonrosada de las truchas del vivero. Llegó un momento en el que dejé de oír tu voz y me puse a pensar en cuánto falta para que todo termine, como si yo fuera ingeniero y buscara grietas en un muro de contención.


Julián Rodríguez, Antecedentes, Mondadori, Barcelona, 2010, p. 41.

Alternativa, Rubén Martínez

sábado, 13 de agosto de 2011
ALTERNATIVA

Abrió la puerta y pasó horas tratando de cruzarla para salir de allí, pero luego de dos mil tercos intentos comprendió que no siempre se sale por una puerta.
Acto seguido, atravesó la pared.


Puerta marroquí, Howard Hodgkin



Rubén Martínez, 47 ideas para una novela, Palabras del Candil, Guadalajara, 2008, p. 37.

Souvenir, Virginia Aguilar Bautista

viernes, 12 de agosto de 2011


SOUVENIR



Una postal
nunca podrá albergar
nuestros secretos.

Prestaré atención sólo
a la caligrafía.





Escultura de postales, Gilbert & George



Virginia Aguilar Bautista, Seguir un buzón, Renacimiento, Sevilla, 2010, p. 73.

[Las noches de invierno...], Rafael Pérez Estrada

jueves, 11 de agosto de 2011
Tejados de Chelsea en la nieve, Andreas Feininger



Las noches de invierno, aquel ángel bajaba planeando, se deslizaba y, como sentía frío, sacudía sus alas. Entonces la tierra toda se hacía blanca.



Rafael Pérez Estrada, Valle de los Galanes / Obeliscos, Huerga y Fierro, Madrid, 2006, p. 94.

Ceguera, Juan Gracia Armendáriz

miércoles, 10 de agosto de 2011





CEGUERA

«Hoy no podrás verme» —dijo ella, y su voz sonó áspera y suave al mismo tiempo, como una lengua de gato, al otro lado del hilo telefónico. Fue como si una trampilla se hubiera abierto bajo mis pies. Cuando colgué, tuve que palpar el vacío que ya me separaba del teléfono.





Al teléfono, Alexandr Rodchenko


Juan Gracia Armendáriz, Cuentos del jíbaro, Demipage, Madrid, 2008, p. 117.

La extraña, Ginés S. Cutillas

martes, 9 de agosto de 2011
Sol de mañana, Edward Hopper

LA EXTRAÑA

Me he despertado al lado de una extraña. Aunque lo realmente fantástico es que cada vez que parpadeo aparece una mujer distinta.
Ahora sólo pienso en la manera de mantener los ojos abiertos el día que vuelva a aparecer.



Ginés S. Cutillas, Un koala en el armario, Cuadernos del vigía, Granada, 2010, p. 51.

[No existe espacio...], Agustín Fernández Mallo

lunes, 8 de agosto de 2011






No existe espacio si no existe luz. No es posible pensar el mundo sin pensar la luz [lo dijo Heráclito, lo dijo Einstein, lo dijo el Equipo-A en el capítulo 237, lo dijeron tantos]. Y sin embargo dentro de cada cuerpo todo es oscuridad, zonas del Universo a las que la luz jamás tocará, y si lo hace es porque está enfermo o descompuesto. Asusta pensar que existes porque existe en ti esa muerte, esa noche para siempre. Asusta pensar que un PC está más vivo que tú, que adentro es todo luz.






Luz blanca, Jackson Pollock


Agustín Fernández Mallo, Nocilla dream, Candaya, Barcelona, 2007, p. 172.

Reductores de cabezas, Carlos Vitale

domingo, 7 de agosto de 2011
El sacerdote casado, René Magritte


REDUCTORES DE CABEZAS

En una tienda de gorras y sombreros de Barcelona dominaban el arte de reducir cabezas de manera acelerada e indolora. Si a un cliente le resultaba chica una gorra, por ejemplo, el vendedor le rogaba que aguardase un momento, que iría al fondo a ponerla en una horma (inexistente) que la estiraría hasta la medida adecuada. Cuando el vendedor regresaba, el cliente volvía a ajustarse la gorra, se admiraba en el espejo y se iba, orgulloso de su adquisición.


Carlos Vitale, Descortesía del suicida, Candaya, Barcelona, 2008, página 48.

Destino, Jorge Urrutia

sábado, 6 de agosto de 2011


DESTINO

Las horas son redondas y se cierran
sobre su frente. Nunca
siguen el curso de los astros.
Contempla el cielo. Un cúmulo
de luces desbarata la luz.




Norham Castle: amanecer, William Turner



Jorge Urrutia, Ocupación de la ciudad prohibida, Calambur, Madrid, 2010, p. 90.

[Toda mi concepción...], Roger Wolfe

viernes, 5 de agosto de 2011
Toda mi concepción del realismo se basa en el brutal choque del individuo con el medio circundante. No estoy hablando —ni he estado hablando nunca— de hacer fotografías, pintar bodegones o recoger conversaciones con una grabadora, sino de meter los dedos del alma en el enchufe de la realidad hasta carbonizarse.



Roger Wolfe, Hay una guerra, Huerga & Fierro, Madrid, 1997, p. 95.

Rogelio, Guillermo Arriaga

jueves, 4 de agosto de 2011
Noctámbulos, Edward Hopper


ROGELIO
A Alan Page

Rogelio no se percataba de que ya estaba muerto o se resistía sencillamente a aceptarlo. Por ello, una y otra vez, se salía de la fosa donde estaba enterrado y no era raro encontrárselo comiendo en algún restaurante cercano al cementerio. En algunas ocasiones nos iba a visitar al Retorno y se pasaba largas horas platicando sobre los viejos tiempo. Sin duda varios de nosotros tratábamos de convencerlo de que ya era un cadáver y que apestaba bastante. No nos hacía caso y con una desfachatez increíble se presentaba en cualquier lugar y a cualquier hora.
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato sobre todas aquellas experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía. Compramos unas cuantas cervezas y nos emborrachamos. Nos divertimos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al amanecer se despidió con una sonrisa. Se acomodó en su ataúd y cerró la tapa. Nunca más volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi mujer… mi mujer decidió incinerarme.


Guillermo Arriaga, Retorno 201, Páginas de Espuma, Madrid, 2005, p. 105.

Sueños, Carlos Almira

miércoles, 3 de agosto de 2011
El tiempo apuñalado, René Magritte

SUEÑOS

Todo le iba de maravilla hasta que un día soñó que lo arrollaba un tren. ¿Un tren? Por si acaso, Victorio decidió encerrarse unas semanas en su villa. No en vano todo el país, estrecho y montañoso, estaba taladrado de túneles y vías férreas.
Años atrás había soñado con el premio de la Lotería y con el dinero se había comprado aquella villa en la que, sólo la biblioteca, ocupaba una sala dos veces mayor que su antiguo piso, y a la cabecera de la cama le guiñaba un ojo el retrato de Federico de Montefeltro.
El tren que lo arrollaba en su sueño era una máquina enorme y negra que producía un ruido espantoso. Por otra parte, la villa de Victorio estaba rodeada de jardines, y disponía de un lago y un pinar. Podía pasear, leer, escuchar música, y solazarse sin traspasar sus muros.
Aunque el sueño no se repitió y Victorio lo olvidó, la costumbre lo mantuvo retenido durante años. Un día que rebuscaba un libro raro en una estantería alta, resbaló y cayó de las escaleras. Las piernas ya no eran lo que fueron y la vista, fatigada, le obligaba a acercar los libros a un palmo de la cara.
Mientras estaba inconsciente en la ambulancia volvió a soñar con el tren: la máquina negra y pesada de cuarenta años atrás se había convertido en un tren moderno, de alta velocidad, ahusado y de morro puntiagudo, que lo arrollaba igualmente. Victorio se sonrió al comprobar que también el progreso llegaba a los sueños.
Lo despertó el traqueteo de la ambulancia atascada en las vías del paso a nivel.


Carlos Almira, Fuego enemigo, Nowevolution, Madrid, 2010, p. 9.

Para acabar con las biografías, Woody Allen

martes, 2 de agosto de 2011
Sándwiches de manteca de cacahuete y gelatina, Abbey Ryan


PARA ACABAR CON LAS BIOGRAFÍAS:
SÍ, ¿PERO PUEDE HACER ESTO LA MÁQUINA A VAPOR?

Estaba hojeando una revista mientras esperaba a que Joseph K., mi basset, terminara su acostumbrada consulta de cincuenta minutos de todos los martes con un psicoterapeuta de Park Avenue (un veterinario junguiano que, por cincuenta dólares la sesión, se empeña en convencerle de que los mofletes no son una desventaja social), cuando, por casualidad, di con una frase a pie de página que atrajo mi atención tanto como la notificación de un cheque sin fondos. Sin embargo, no se trataba más que de uno de esos artículos en rúbricas pseudoculturales tipo «Conozca usted la vida de...» o «¡A que no lo sabe!», pero su evidencia me sacudió con la fuerza de las primeras notas de la Novena de Beethoven. «El sándwich», decía, «fue inventado por el conde de Sandwich.» Estupefacto por la noticia, volví a leerla y me estremecí con un temblor involuntario. Mis ideas se arremolinaron mientras evocaba los sueños, las esperanzas y los inmensos obstáculos que debieron acompañar el invento del primer sándwich. Se me humedecieron los ojos cuando miré por la ventana las centelleantes torres de la ciudad y experimenté una sensación de eternidad, maravillado por el lugar inextirpable del hombre en el universo. ¡El hombre, el inventor! Los cuadernos de anotaciones de Da Vinci se cernieron sobre mí -valientes hipótesis para las más elevadas aspiraciones de la raza humana-. Pensé en Aristóteles, Dante, Shakespeare. El primer folio de sus obras. Newton. El Messiah de Haendel. Monet. El impresionismo. Edison. El cubismo. Stravinsky. E = mc2...
Me concentré con firmeza en la imagen mental del primer sándwich, conservado en una vitrina del Museo Británico y dediqué los tres meses siguientes a la elaboración de una breve biografía de su gran inventor, el conde de Sandwich. Aunque mis conocimientos de historia no son muy brillantes y aunque mi capacidad para novelar los hechos supera con mucho la del común de los aficionados al ácido, espero haber captado al menos la esencia de este genio ignorado y deseo que estas notas sueltas induzcan a algún verdadero historiador a trabajar sobre él a partir de estos datos.

1718: nace el conde de Sandwich en una familia de aristócratas. El padre está encantado por haber sido nombrado jefe herrador de su majestad el rey, posición de la que disfruta durante bastantes años hasta que descubre que no es más que un herrero y renuncia, amargado. La madre es una simple hausfrau de extracción germánica cuyo sencillo menú consiste esencialmente en manteca de cerdo y avenate, aunque a veces demuestra cierta imaginación culinaria al confeccionar un postre de natas, huevos, vino y azúcar.
1725-1735: asiste a la escuela, donde aprende el latín y a montar a caballo. En la escuela toma contacto por primera vez con los embutidos y muestra especial interés por los cortes muy finos de roast-beef y de jamón. Para cuando se gradúa, esto se ha convertido ya en una obsesión y, aunque su tesis sobre «El análisis y los fenómenos concomitantes de la merienda de la tarde» llama la atención de los profesores, sus compañeros de estudio le consideran estrambótico.
1736: ingresa en la Universidad de Cambridge, a instancias de sus padres, para seguir estudios de retórica y metafísica, pero muestra poco entusiasmo por los mismos. En constante rebelión contra todo lo académico, es acusado de robar pan y de llevar a cabo experimentos antinaturales con ese material. Las acusaciones de herejía determinan su expulsión.
1738: desheredado, se refugia en los países escandinavos donde, durante tres años, estudia intensivamente el queso. Fascinado por la gran variedad de sardinas que encuentra, anota en su cuaderno: «Estoy convencido de que existe una realidad permanente, más allá de lo que aún ha podido lograr el hombre, en la yuxtaposición de los alimentos. Simplifica, simplifica». A su regreso a Inglaterra, conoce a Nell Smallbore, hija de un verdulero, y contrae matrimonio. Ella le enseñará todos sus conocimientos sobre la lechuga.
1741: reside en el campo con una modesta herencia y trabaja día y noche apretando con frecuencia el cinturón para ahorrar y comprar comida. Su primera obra terminada (una rebanada de pan, otra rebanada de pan encima de la primera y un trozo de pavo encima de las dos rebanadas) fracasa miserablemente. Desilusionado hasta la amargura, regresa a su estudio y vuelve a empezar todo de nuevo.
1745: después de cuatro años de frenética labor, está convencido de haber alcanzado la antesala del éxito. Expone ante sus colegas dos trozos de pavo con una rebanada de pan en medio. Todos rechazan su obra salvo David Hume, quien presiente la inminencia de algo grandioso y le alienta a seguir. Enardecido por la amistad del filósofo, vuelve a su trabajo con renovado vigor.
1747: en la miseria, no puede darse el lujo de trabajar con roast-beef o pavo y se dedica al jamón que es más barato.
1750: en primavera, expone tres trozos consecutivos de jamón uno encima de otro, y hace una demostración que sólo despierta cierto interés en círculos intelectuales y que pasa desapercibida para el gran público. Tres rebanadas de pan apiladas aumentan su reputación y, aunque todavía no se evidencia un estilo maduro, Voltaire muestra su interés por conocerle.
1751: viajes a Francia donde el filósofo-dramaturgo acaba de lograr interesantes resultados con pan y mayonesa. Los dos hombres traban amistad y se inicia una larga correspondencia que termina repentinamente cuando a Voltaire se le acaban los sellos.
1758: su creciente aceptación entre los manipuladores de la opinión pública hace que la reina le encargue «algo especial» con motivo de un almuerzo con el embajador de España. Trabaja día y noche experimentando con cientos de posibilidades y, por fin a las 16 horas y 17 minutos del 27 de abril de 1758, crea la obra que consiste en varias tajadas de jamón cubiertas, por encima y por debajo, por dos rebanadas de pan de centeno. En un golpe de inspiración, adorna la obra con mostaza. Es un éxito inmediato y queda encargado para el resto del año de los almuerzos de sábado.
1760: cosecha un éxito tras otro creando «sándwiches», como se los denomina en su honor, con roast-beef, pollo, lengua y casi cualquier fiambre concebible. No satisfecho con repetir fórmula ya tratadas, busca nuevas ideas y elabora el sándwich-combinado por el cual recibe la Orden de la Jarretera.
1779: en su residencia de campo, recibe la visita de los hombres más ilustres del siglo: Haydn, Kant, Rousseau y Ben Franklin se detienen en su casa, algunos disfrutando de sus admirables creaciones, otros con pedidos para llevar.
1788: aunque físicamente cansado, todavía investiga nuevas formas y escribe en su diario: «Trabajo hasta altas horas de la noche y tuesto todo lo que encuentro en un esfuerzo por mantener el calor». A fines de ese mismo año, su sandwich abierto de roast-beef caliente provoca un escándalo por su franqueza.
1783: para celebrar su sexagésimo quinto cumpleaños, inventa la hamburguesa y hace giras personales por las grandes capitales del mundo preparando hamburguesas en salas de concierto ante numerosas y agradecidas audiencias. En Alemania, Goethe sugiere servirlas con panecillos, una idea que deleita al conde quien, más tarde, dice del autor de Fausto: «Este Goethe es un gran tipo». Estas palabras deleitan a Goethe, aunque al año siguiente los dos hombres rompen su relación por una desavenencia en torno a los conceptos de poco hecho, a punto y muy hecho.
1790: en una exposición retrospectiva de su obra, celebrada en Londres, sufre un repentino ataque de dolores en el pecho, y se le vaticina una muerte inminente, pero se recupera lo suficiente como para supervisar la construcción de un monumento al sándwich de barra promovido por un grupo de talentosos seguidores. Su inauguración en Italia produce serios disturbios y allí permanece incomprendido salvo para unos pocos críticos.
1792: cae víctima de un genu varum que no puede tratar a tiempo y fallece mientras duerme. Es enterrado en Westminster Abbey, y miles de personas presencian sus funerales. En esa ocasión, el gran poeta alemán Hölderlin resume sus logros con una manifiesta reverencia: «Liberó a la humanidad del almuerzo caliente. Todos estamos en deuda con él».


Woody Allen, Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Tusquets, Barcelona, 2007 (1966), pp. 43-48.

De soslayo, Virginia Aguilar Bautista

lunes, 1 de agosto de 2011



DE SOSLAYO

Aunque me haga la loca
desde hace tiempo sé
que mi ventilador pasa las páginas
sin leerlas; por eso,
aunque no me lo pida,
le explico los finales.




El ventilador, Karen Djaddah


Virginia Aguilar Bautista, Seguir un buzón, Renacimiento, Sevilla, 2010, página 60.